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Un cuento con vocabulario explicado  glosario 

 

 

 

La carta que produjo risa 

 

 

 

 

 

cuentouento la historia de una tortuga, bueno, en realidad no era una tortuga, según cuentan por allí sólo era una icotea, aunque algunos aseguran que era un galápago. Sí, un galápago silvestre, que llegó al bosque y se instaló en sus alrededores para vivir lejos de su terruño. A esa tortuga, perdón, a ese galápago silvestre, todas las primaveras le llegaban cartas que le traía la liebre. Claro que la liebre no era quién las escribía, ella era el cartero, que sólo se encargaba de llevar las buenas nuevas al pequeño galápago.

Cuentan que los animales del bosque, cada primavera esperaban la famosa carta con mas ansiedad que el galápago mismo; todos esperaban que la liebre llegara con la carta, para ver al galápago internarse en su caparazón a leer, releer, vuelto a leer y vuelto también a releer, aquellos escritos que nadie sabe porqué, hacían llorar al galápago silvestre. Bueno, no sólo a él, porqué al asomar su cabeza fuera del caparazón bañada en lágrimas, los ojos de todos los animales del bosque, igualmente se llenaban de lágrimas contagiados por la extraña emoción que cada carta recibida en primavera le entregaba la liebre al galápago del bosque.

La liebre después que entregaba la carta suspiraba y pensaba para sí misma, “hoy habrá lluvia de lágrimas”, por eso cada vez que llevaba una encomienda, daba apenas un breve saludo y se retiraba de inmediato, pues las liebres también son lloronas y ella no quería llorar en medio de aquel bosque, con tantos habitantes de testigos. En algunas ocasiones, la liebre estuvo a punto de abrir el sobre donde enviaban la carta, para descubrir la razón de tanto llanto, “¿habrán enviado cebollas? Se preguntaba ella misma, como queriendo dar explicación a aquellas extrañas lágrimas que siempre brotaban después de cada carta. “¿Será que algún familiar, si es que le queda alguno por allí, no quiere saber nada de él?”, ó será acaso que algunos de ellos está invitándolo a que regrese a sus predios, y el se niega y llora porque no quiere abandonar el bosque.

No, no y no, esa no debe ser la razón, debe haber una poderosa razón que cada primavera hace llorar al galápago silvestre, y estoy dispuesta a saber cual es, se decía la liebre en tono de desafío, y muy segura de sí sentenció: “En ésta primavera voy a descubrir porque el galápago llora con cada carta que recibe”.

Efectivamente, el gran día llegó, y la liebre iba presurosa con su encomienda en dirección al bosque, cuando se hubo internado en la espesura, sacó de su bolso una hoja en blanco y la introdujo en el sobre donde estaba la carta que le habían enviado al galápago, y guardó en su bolso la carta verdadera para leerla cuando llegara a su casa.

Así pues, la liebre llegó donde estaba el galápago, anunció su presencia, dio el acostumbrado saludo, entregó el sobre con la carta, perdón con lo que se suponía era la carta, que ya todos sabemos que era una hoja en blanco, y acto seguido dio la media vuelta y se retiró a toda prisa.

El galápago, después de recibir el sobre se introdujo cómo de costumbre en su caparazón y se destornillaba de risa al ver que no podía leer una hoja en blanco que le habían enviado, de manera tal que asomó su cabeza buscando calmar su incontrolable risa, y pudo ver que el bosque entero se batía a carcajadas limpia al ver al galápago llorar de risa, batiendo su caparazón de un lado para otro con mucha alegría, y así el bosque aquella tarde de primavera, en vez de llanto, se llenó de risa por la última carta que la liebre había traído al bosque.

Con respecto a aquella pícara y atrevida liebre, se supo que al llegar a su casa, sin que nadie la viera abrió el sobre con la carta que le habían enviado al galápago silvestre, y al comenzar a leerla, igual que el galápago se destornilló de risa, porque en ella había un cuento muy gracioso, que le costo mucho terminar de leer, por que es difícil leer mientras se ríe.

Una vez terminada de leer la susodicha carta, la liebre consideró que era necesario que el galápago la leyera, pues estaba segura que en esta oportunidad en lugar de llorar al leerla, iba a morirse de risa. Así que corrió a toda prisa al bosque a entregar la alegre carta al verdadero dueño, pero fue imposible, porque cuando la liebre llegó a casa del galápago silvestre, éste estaba todavía revolcado de risa a mandíbulas batientes, con las manos puestas en el estómago tratando de contener la risa y le fue imposible ver que la liebre había vuelto, y mucho menos recibir aquella carta que seguramente le hubiera causado risa.

 

 

 

 

Autor: Alejandro J. Díaz Valero

25/03/2010

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Glosario: 

 

encomienda:

1. f. Acción y efecto de encomendar(tr. Encargar a uno que haga alguna cosa ). 2. Cosa encomendada. 3. pl. Recados, saludos. ^

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icotea:

1. f. Tortuga americana, de agua dulce que tiene diseños circulares en el maxilar y la mandíbula y posee una característica raya roja brillante por encima del ojo. ^

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predios: (predio)

1. m. Heredad, hacienda, tierra o posesión inmueble. ^

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presurosa: (presuroso, sa)

1. adj. Rápido, ligero, veloz. ^

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susodicha: (susodicho, cha)

1. adj. Dicho anteriormente, mencionado con anterioridad. Ú. t. c. s. ^

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