Volviendo a encontrar el camino
uevamente estoy perdido, y entre días tortuosos de un largo tiempo sinuoso he vuelto a olvidar mi camino. He cometido deslices y mis pasos se han hundido con el fango de la vida. Volví a tropezar con las trabas que al andar me enredaban y que alguien iba poniendo para que la salida no encontrara.
No puedo pronunciar las palabras que antaño me hicieran dichoso, pues la saliva se secaba y el oído se iba perdiendo; ni las paredes escuchaban… ¡como predicar en un desierto! Es esa bola de niebla que aburre la consciencia, que arde en argénteos jirones y como ceniza se pierde en el cielo de la noche estrellada. Es ese vacío latente que me roza con su presencia, que voy cayendo en su vientre cada vez que me despisto, cada vez que pienso, cuando creo estar despierto y estoy pegado a la almohada. Es ese pequeño hilo de oro o cadena dorada que veo mecer al viento, ese haz reluciente que me deja petrificado como si hubiera sido devanado por las huesudas manos que convierten mi destino en sentenciado.
Ahora, en este inconmensurable momento, desearía ser ave, rayo de luz o multicolor nube para que pudiera escapar de esta prisión que es mi cuerpo mortal, y transformarme en la ilusión de la que todos nos servimos, pues es la mera razón de vivir y no morirnos.
Recuerdo que volví a tomar el camino y mis pasos me siguieron con un sonoro tintineo. El viento volvía a hablar a mi espalda mientras me empujaba hacia un nuevo destino y mi ánimo iba subiendo y mi corazón latiendo con un contínuo campaneo.
J. Francisco Mielgo
12/12/2003
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