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Un mundo pequeño 

 

 

   habiaabía un mundo pequeño y en él todo se movía; el trabajo y la lucha eran arduos, como una rutina cada día.

   La hierba era verde, fresca y grande y las setas, curiosas, entre ella asomaban para ver el cielo multicolor que allí brillaba.

   Cientos de cosas surgían o sucedían: hormigas, abejas, mariposas…; sensaciones, aromas, colores…; ruido, aire, luz, bienestar…

   A veces venía una lluvia que todo lo mojaba de agua que casi no empapaba y el arco iris que allí nacía, entre montañas y prados, bosques y lagos, sueños y despertares, con mágicos tonos el paisaje dibujaba.

   Los grillos de la noche arañaban con su lira las canciones que flotaban en el aire empachado de estrellas, y cantaban una nana que a la luna dormía.

   Y fue entonces cuando ocurrió que la noche le dijo al día:

   -Yo haré un fondo negro y lechoso para que sea el marco idóneo de todo lo que ocurra luego.

   Y el día respondió:

   Y yo pondré el color, la luz y el movimiento intensivo de la vida.

   -Quisiera participar en ese trabajo que habéis iniciado, ¿puedo? –preguntó el viento

   -Puedes –respondieron el día y la noche al tiempo -. Sin ti no poca cosa lograríamos.

   -Perdonar, pero he escuchado vuestra conversación y yo también quisiera poder ofrecer mi ayuda para realizar vuestro proyecto –intervino el agua.

   -¡Oh!, sí, sí que puedes participar, agua –aseguraron la noche, el día y el viento.

   -Sé que sin mí no haríais nada; creo, por tanto, que debería participar también en el gran proyecto que tenéis entre manos –intervino la tierra, que al parecer los cuatro se habían olvidado de ella.

   -Pues bien, ya estamos todos los socios que debemos empezar a construir un mundo a la medida de un buen cuadro, de una buena fotografía o de un maravilloso instante. Ya sabéis, un mundo donde los sentimientos sean lo primero y, lo primero, un amor por los demás, que por uno mismo ya nos queremos bastante, porque con un amor prolongado fuera de nosotros mismos servirá par allanar y abonar el lugar donde estemos mejor enraizados y más tarde nazca la mejor cosecha de lo que hemos sembrado. Un mundo de ensueño donde no exista lo no deseado –dijo el día.

   -Eso, ¡un mundo donde no exista lo no deseado! –vocearon todos a la vez.

   Pero, cuando parecía que todo estaba decidido, apareció alguien más… bueno, muchos, muchísimos más: todas las personas humanas que nos podamos imaginar. Como un océano de personas con grandes olas que avanzaban mientras iban caminando.

   -Hemos oído el magnífico proyecto que os proponéis realizar y nosotros, los humanos, queremos participar en tal hazaña –hablaron, ilusionados y decididos.

   Los cinco socios iniciales quedaron boquiabiertos, estupefactos. ¡Los humanos querían participar…!

  -No creo que debamos dejaros participar en la construcción de algo que, finalmente, terminareis por destruir –respondió la tierra.

   -Pero… ¡somos los seres humanos! –respondieron al unísono -. ¡Somos los creadores de multitud de cosas!

   -Sí, y destructores de otras tantas –respondió el viento.

   Toda la gente se calló, ni un suspiro tan siquiera ante las certeras palabras del viento.

   Un anciano humano se acercó al lugar donde se desarrollaba esta conversación y habló a los creadores del nuevo mundo:

   -Tengo mucha experiencia y sabiduría. Como yo hay millones de personas que en nuestro bagaje llevamos el conocimiento para un mundo mejor.

   -Pues, sinceramente, no sé cómo no lo habéis aplicado antes –intervino el agua –Tú, viejo, ya has hecho tu daño en la vida; tus conocimientos o lo que sepas no son nada comparado con el daño que has infligido. No estamos por la labor de que participéis en la construcción de nuestro mundo, ni siquiera de que permanezcáis en la existencia de ninguno.

   -Y sin duda tenéis razón –intervino un niño -. El ser humano ha hecho cosas malas; pero para que vuestro mundo pueda quedar registrado en una fotografía, pintado en un cuadro o recordado como un maravilloso momento, necesitáis a los humanos.

   Los cinco miraron al niño y quedaron pensativos. Nadie dijo nada. Luego, el niño, volvió a hablar:

   -De nosotros han nacido cosas malas, pero también buenos deseos, muchos sueños y alguna que otra hazaña benevolente. Vosotros siempre estáis en nuestra imaginación para que hagamos cosas juntos, cosas que luego escribimos en los libros para que no se olviden nunca. También hemos creado mundos, no sólo los hemos destruido. Mundos imaginarios, llenos de ilusiones y esperanzas como ejemplo de cómo debería haber sido realmente el mundo en el que hemos vivido. Y ahora creemos que ese mundo es el esbozo de lo que vosotros os proponéis hacer.

   -Eres pequeño, pero nos has convencido con tu sinceridad y nobleza –dijo el día -. Dejaremos que participéis en la construcción de un nuevo mundo, un mundo pequeño como tú.     

Y de esa unión nació un mundo pequeño, pero hermoso, que sólo se puede contemplar con los ojos de los sentimientos, con el deseo más profundo del corazón; pero, que si se quiere, se puede lograr ver toda su dimensión, sus colores, el aroma que se percibe en cada uno de los recuerdos que nos aguardan nada más posarnos allí, sus entrañables secuencias que van pasando ante nuestros ojos como una película, vieja película que es la felicidad protagonista de bellos deseos que un día todos soñamos y allí se fueron cumpliendo, en aquél pequeño mundo, en cada una de las cosas o seres que allí habitan. Y ahora, si por un momento, vamos a ese mundo pequeño y hermoso que todos hemos construido, ya nada volverá a ser igual en ninguno de los otros mundos que nos aguardan.

 

 

 

 

 

J. Francisco Mielgo

02/10/2006

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