de pronto vino un fortísimo viento que rasgó la oscuridad de la noche y me hizo temblar como un débil pajarillo fuera de su nido. Lejos se oyeron las risotadas de los blancos esqueletos que regresaban jubilosos y danzarines a lomos de largas y grises sombras. En el cielo se vieron rayos centellear, como si fueran dientes entrechocar, que atronaron con sus bramidos hasta los más profundos cimientos del mundo conocido. Encendieron ingentes cantidad de hogueras para que ardieran, quemándolo todo, lo primero sus penas, el miedo y la valentía después; luego quemarían los pasos recordatorios de las personas que los dieron para que todo se redujera a escorias brillantes cuando la noche de luna nueva acabara.
A veces he vivido una de esas noches tenebrosas y he respirado con alivio la llegada del amanecer; pero creo que debemos saber buscar en esa negrura burlona el brillo de la estrella que nos guíe en la nefasta oscuridad que a todos, alguna vez, nos ha tocado vivir.
J. Francisco Mielgo
22/02/2005
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