oy la etérea sombra de la delgada silueta del fino atardecer en la copa de vino rojo que los labios moja cual invisible saliva que permanece en el brillante beso que dos enamorados se otorgan.
Soy la vieja melodía que aún cuelga en el aire su recuerdo y en los oídos perdida, de los roces de unas cuerdas, de un poco de viento soplado en grandes celebraciones de días pasados. Aún murmuro y sueno en aquellos instantes perdidos de momentos pletóricos y de la dulce alegría de esos días vividos.
Soy la luz que ilumina los caminos para poder pisarlos bien y hacerlo descalzo entre las nubes; caminando a flor de agua como un nenúfar en primavera. Soy la luz que aparta las sombras, la misma que brilla todas las mañanas, también la que luce y se desliza como gotas de agua y la que en cada uno de nosotros brilla dentro del alma.
Soy -o tal vez quisiera ser- todo esto y también aquello que pudiera pensar. Cuando abro los ojos de la imaginación veo muchos posibles caminos que conducen a cantidad de lugares distintos. Noto también distintos sentimientos que me acompañan y conmigo viajan. Porque, a fin de cuentas, un soñador es un viajero, pero de la imaginación.
J. Francisco Mielgo
10/03/2003
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