Presencia permanente
oy escurridiza e indestructible, soy alargada o de una gran anchura; dependiendo de mi estado de ánimo, de mi fase o mi hechura resulto ser casi invisible o abarcar el mundo con premura. Siempre sola, y un tanto amedrentadora, eterna como el tiempo sin medida y sin preámbulos. Todo el mundo me teme con sólo imaginar mi presencia. El sigilo y la astucia son mis dominios; escurridiza y latente, en cualquier recoveco aparezco como agua surgida entre la tierra escondida de fuente inquieta con larga lengua rugiente. Y todo el mundo me busca para anticiparse y no estar a mi lado cuando aparezco. Yo, ¡que soy nada más aquello que cada uno para sí ha ido fraguando…!
En noches oscuras o en otras iluminadas por luna y estrellas, por luces humanas; en un día cualquiera, ante una indeseable tragedia o quizá dentro de la más esperada alegría: siempre estaré ahí, a todo incauto esperando, a todo bicho viviente abrazando. Pero es muy difícil que se me vea y, si se me ve, da la cosa por perdida. Así que por eso estoy avisando; sobre todo cuidado atrás, donde no llega la mirada, donde todo son sospechas y la certidumbre es errada. ¡Cuidado de sitios oscuros! Pero también de la brillantez de cualquier día soleado. Recelad del de al lado, pero más de la inquietud que pervive en el interior de la propia mente, del propio corazón atormentado.
No sólo deambulo por la calle, de hecho puedo aparecer en la casa del más esquivo anfitrión que nadie pudiera imaginar. Suelo surgir en los sueños, y me gusta estar en los más placenteros para destruirlos y amargarlos. Diréis que soy mala, dañina acaso: ¡pues claro que lo soy! De hecho, estoy edificada del estiércol de los más pútridos pensamientos humanos. Lógico es que no tenga compasión para aquellos que me han forjado, para los que una amargura de mí han creado. Y brotaré como si tuviera raíces y me elevaré enredando cualquier forma humana que se halle a mi paso; me instalaré en sus pensamientos y en los dorados sueños que padecen despiertos. Siempre susurrante, siempre reptante como el humo que asciende al cielo, como una niebla de oscuro velo y también como oscuras palabras escuchadas en oídos ajenos. Y, como el viento, alcanzo todo, y todo lo envuelvo; vengo de lejos o nazco del más intrínseco pensamiento. Y heme ahí, como la más alta montaña, como un mal presagio del mañana, como las horas contadas del reloj que, por olvido de su relojero, diera sus últimas campanadas.
Sigo contando, no obstante, los pasos que restan para llegar a tu lado, para decirte en tu semblante la cara que pones con sólo mirarte. Creo que ya te vas haciendo una idea de quien soy, de todo lo que en el mundo irradio y de la incertidumbre que doy. Sí, ¡soy la sombra!; pero no una cualquiera, no la sombra de un árbol o la de una casa; nada de ser la sombra de una piedra o la de una nube volandera; ni siquiera soy la oscura sombra de la noche ni la de un agujero en la tierra. Soy la más oscura de las sombras, aunque mi color es lo de menos; soy la más amarga de todas, la que todos odian y nadie espera. Sí, si has pensado en mí, has acertado: ¡Soy la sombra del miedo!
Autor: J. Francisco Mielgo
20/02/2010
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