Petrificado por el amor
uiste sonido y bravura, oleaje sin espuma de un viento pasajero, un sueño bonito que recordar cada momento, el reflejo en ti de mi vida, reflejo de mi oculto sentimiento. Una extraña caricia que siempre añoraré al mirar un espejo encendido, empañado con tu aliento sincero. Un jadeo suave, casi brisa respirada y aroma inquebrantable con el que me visto a diario. Tu sonrisa imborrable en el color de las flores y de tu pelo el rumor que corre por las hojas verdes y tiernas de tantas primaveras.
Hoy ya sé cual es mi condición y no brillo con mi propia luz sino con tu aura irradiada y con tus sueños de poeta, tan dulces que amargan cuando ya se han perdido.
Se abre una ventana dentro de ti y veo despertar el día y un racimo de perlas que cuelgan de tu cintura. Veo también esa señal que nace en tus ojos huidizos y noto que ese secreto resplandor arde asimismo en mi cuerpo.
Hay en ti un manantial, un reguero incontrolable, un chapoteo que me salpica de locura y emoción. Y aunque no estamos locos si empedernidos de pasión, repletos de una fogosidad explosiva que se expande hacia nuestro alrededor y hacia el interior de nosotros mismos, convirtiéndonos en piedra.
Y ahora que sé que soy un objeto duro e imponente, en cambio, no encuentro solución a estas raras cuestiones del amor, que me elevan con su cosquilleo como si fuera pluma o pensamiento, como un lenguaje de la palabra del cariño escrita en el invisible libro del sentimiento.
J. Francisco Mielgo
18/12/2004
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