Noni y las nueces
ierto día, un niño llamado Noni salió a dar un paseo y caminó hasta un bosque que distaba bastante de su casa. El bosque al que se había dirigido era grande y misterioso y el niño acabó perdiéndose en él.
Hacia la media hora de deambular como un tonto se topó con un nogal enorme que permanecía mirándolo ceñudo y pensativo.
El chico miró al árbol.
-¿Puedo coger unas nueces de sus ramas, señor nogal?-le preguntó.
-Claro que puedes… A condición de que no lastimes ninguna de mis ramas – sentenció, con voz ronca, mientras se ponía muy arrugado y serio.
Noni cogió un buen puñado de deliciosas nueces y las metió en una bolsa. Luego se marchó despacio y miró al árbol:
-¡Adiós, señor nogal! He de irme ahora, pues me he perdido y tengo que encontrar de nuevo el camino que lleva a mi casa. Gracias por ser generoso conmigo.
-¡Adiós, amiguito! –le dijo el nogal -. Vuelve en otra ocasión, si quieres.
El chico se alejó por un camino repleto de maleza a los lados. Caminaba un poco pensativo y bastante despistadillo, diría yo, cuando casi tropieza con un muchacho unos años mayor que él y que permanecía sentado a un lado, vestido con viejas ropas y con su aspecto un tanto desatendido.
-¿No llevarías algo de comer por ahí, acaso? –le preguntó el muchacho vagabundo -. Hace días que no como nada y casi no me tengo en pie.
Sin dudarlo un instante Noni le entregó las nueces que llevaba y a las que el chico vagabundo devoró con gran satisfacción y con una rapidez de relámpago. Sólo cuando quedo saciado volvió a mirar a su benefactor para agradecerle el gesto que había tenido, y luego le entregó una semilla que debía ser mágica, pues por esa cualidad la había guardado desde hacía mucho tiempo en uno de los bolsillos remendados de su ropa.
Noni miró la semilla en la palma de su mano y le dio las gracias al chico vagabundo por habérsela regalado.
-Espero que te sirva para algo bueno. Yo no sabía qué hacer con ella.
Y Noni prosiguió su camino por el entramado esmeralda del bosque hasta que llegó a un gran claro que estaba lleno de maíz y también con una pequeña huerta sembrada de hortalizas. ¡Pero parecía que por allí había pasado un tornado! ¡Todo estaba arrasado y daba pena verlo!
Mientras permanecía embelesado mirando el desastre se acercó un niño, con más o menos su misma edad.
-Esta noche pasada ha habido una tormenta terrible y ha destrozado nuestra huerta y toda la cosecha de maíz. Ahora no tendremos provisiones para pasar el duro invierno –le dijo, angustiado y con los ojos envueltos en lágrimas.
Noni miró hacia la humilde cabaña de madera que dormitaba a un lado del gran claro, escupiendo volutas de humo por la chimenea. ¡Mala cosa pasar el invierno en esa pequeña cabaña con pocos alimentos que llevar a la boca! De pronto se dio cuenta de la semilla que le había regalado el muchacho vagabundo, y se la ofreció al chico.
-Sé que no es mucha cosa, pero me han dicho que es mágica. ¡Ojalá que con su magia se arreglen tus problemas!
Se despidieron al poco después y por fin Noni pudo encontrar la salida del gran bosque y llegar a su casa.
Pasado un tiempo, Noni no sabía qué habría sido de aquellos dos chicos con los que se había encontrado en el camino del interior del bosque. ¿Habrían solucionado sus desventuras? Le entraron vivos deseos de volver a ver a aquellos niños. ¿Cómo los encontraría ahora?
Salió de su casa casi corriendo y se encaminó al bosque. ¡Era increíble! En el claro del bosque no había nada, tan solo era un pedregal lleno de hierba; no había ni rastro de ninguna siembra, ni de la cabaña en la que vivía el niño que había salido a su encuentro llorando. ¡Nada!
¿Lo habría soñado?
Tampoco pudo descubrir más adelante el paradero del niño vagabundo, aunque tratándose de un vagabundo, tal vez…
Cuando llegó al lugar donde vivía el vetusto y gris nogal y lo vio allí respiró con alivio, porque parecía que estaba volviéndose loco.
El árbol lo miró sonriente:
-Ya veo que has vuelto. Quizá te venga bien una conversación.
El chico lo miraba, indeciso.
-Pareces un poco cambiado. ¿Tal vez te preocupa algo? –inquirió de nuevo el nogal.
-Bueno… es que me ha pasado algo muy raro… La vez anterior, cuando partí de aquí, me encontré con dos chavales en uno de los caminos del bosque. Sin embargo, ahora no hay ni rastro de ellos, es como si nunca los hubiera visto realmente…
-Bueno, si hablaste con ellos, los verías –sentenció el árbol -… ¿Crees que hiciste bien con ellos?
El chico miró al inquieto y arrugado nogal:
-No lo sé. Tal vez hubiera podido hacer más…
-Yo creo que si no los has encontrado es que obraste bien con ellos. Por lo tanto eres una buena persona, y de buen corazón.
-Gracias, señor nogal –respondió el chico, un tanto aturdido. Y se dispuso a partir de nuevo, encaminando sus inseguros pasos hacia el camino que llevaba a su casa.
-¡Un momento, chico! –gruñó el árbol.
Noni se detuvo en seco, como si se le hubieran pegado las zapatillas al suelo.
-¿No te gustaría coger unas nueces?
-Creo que sí. Me gustaría mucho.
-¡Pues adelante! –replicó el árbol –. Y luego, parte por estos caminos insondables del bosque. Seguro que encuentras de nuevo a quien puedas ayudar, porque el mundo está lleno de personas que necesitan una ayuda de los demás y tú, ahora, sabes cómo encontrarlas.
Y cuando Noni recogió un buen puñado de nueces de aquél singular nogal, partió de allí sin tristeza y sin grandes alegrías, como si fuera volando en un mundo de sueño.
Atrás, empapado en la retina de sus ojos, el nogal iba desapareciendo como si estuviera cayendo en el interior de una niebla, meciéndose con una brisa que parecía mover todo el bosque.
-Sigue por cualquiera de los caminos, Noni. En ese que tú elijas, seguro que habrá alguien esperándote.
Moraleja:
El mundo está lleno de personas que necesitan nuestro apoyo. No hay más que ir en busca de ese fabuloso árbol que nos dará los frutos de la ayuda, con los que nos llenará el corazón de sentimientos. El problema más grande es encontrar el camino, que no suele aparecer ante los ojos de quien no quiere mirar.
J. Francisco Mielgo
18/04/2005
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