Las dos caras de los sueños
e sentí perdido y entonces miré a mi alrededor donde sólo había oscuridad o tal vez enormes luces cegadoras. Comencé a tener miedo y mis piernas flaquearon hasta el punto de hacerme sentar en el sillón de los viejos pensadores. Ahora era todo tintineos y frágiles susurros o acaso el bronco estallido de una descomunal tormenta. Unos deformes rostros me miraban desde el abismo, bajo mis pies; era una suerte estar alejado de tanta presencia desconcertante, sólo acariciado por los fantasmagóricos roces de la soledad.
Pero desde este privilegiado lugar se dominan las quijotescas apariciones del dormido bosque de los esqueletos, donde todo lo que se ve es un árbol y todo árbol es una sombra de lo que fue y donde toda duda cuelga de sus ramas, perenne, como la fruta que nunca termina de madurar. Sin embargo, la hierba fresca abraza y moja mis pies, indicándome el camino oculto, el mítico laberinto que puedo volver a recorrer para perderme en el extraño mundo nuboso donde viven todos los que duermen y donde yo también acabaré tendido, mientras me rodean mis sueños y los sueños vecinos de mis amigos.
Quizá todo acabe siendo una efímera gota de lluvia en alguna parte, deslizándose por los pétalos de una vistosa flor, o tal vez ese sutil rocío inunde, abrace y bese el mundo de los que aún continúan despiertos como el arrullo murmurador de un riachuelo que nos incita al descanso y a los más profundos sueños. Sí, en un profundo y sublime sueño… ¡y ahí es donde todo sucede!
J. Francisco Mielgo
30/04/2011
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