uisiera saber, poder observar lo lejano, pero brillante, en el cielo de mis pensamientos. Quisiera también apaciguar la sed con el agua de la fuente de la sabiduría, que calma la avidez de los sedientos. Quisiera perdurar en el tiempo y no ser tan efímero como un fugaz presentimiento. Ser largo y prolongado como la sombra de toda duda que nos martiriza hasta que la hemos desvelado, sin que por ello sea nada malo sino todo lo contrario.
Quisiera ver la noche o, mejor aún, distinguir en la oscuridad y brillar como las estrellas que lucen en las ramas del inmenso árbol que copa todo el firmamento. De ese invisible árbol que ha enraizado en mis entrañas y bebe de mi verde sangre y, con ello, en verde sangre me transformo para poder viajar por las hojas de los árboles y por los pétalos de todas las flores. Y con su aroma me convierto en un suave olorcillo que voy recorriendo el mundo dejando gratos recuerdos, quedando, en el enredo diario, un momento sencillo.
Quisiera ser, que lo soy, pequeño y no engreído, pero elevado y, con ello, transparente como un pensamiento, como el agua más pura o como el sonido del viento. Amanecer en las brillantes gotas de rocío de la más hermosa primavera que la perspicaz y honesta mente nuestra recuerda. Como perlas encadenadas en rutilantes praderas donde también vive el sol que refleja su ardiente aureola. Una y otra, como una cadena de fragancias al respirar, un nexo indeleble al nacer y vivir entre la transparencia y la eternidad de la palabra, escrito a fuego y agua y esculpido en la dulce sonrisa del mejor recuerdo que nos abraza.
Así quisiera ser, como un espíritu de humo que por todos los huecos se cuela, como una tarde arrebolada que refleja en nuestros ojos una luz mortecina y dorada y también puedo ser, si me aventuro más, una larga y apacible noche estrellada; la gran fortuna que con el poder de la mirada es alcanzada. En todos los días venideros, cuando los sueños se cumplan, volveré a volar por el cielo si tengo el poder para ello, si me pueden crecer unas alas. Mientras tanto, tengo que descubrir el ardid para escapar del cuadro de la memoria en el que estoy pintado y que todos estamos acostumbrados a observar a diario; poder fugarme de entre las palabras del gran libro en el que estoy escrito, como sentimiento que soy y a quien me descubra le doy el placer de tenerse a sí mismo, la feliz aventura de escribir su destino.
J. Francisco Mielgo
17/08/2009
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