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La mañana 

 

 

   abro bro la ventana de mi habitación, que da directamente a la mañana y me asomo, y veo el cielo azul, moteado de gris y rojo plateado con nubecillas que parecen burbujas flotando en el horizonte; el sol, despuntando perezoso parece sonreír al cielo abierto y majestuoso, y yo voy oliendo el aire limpio y fresco que ha tamizado la noche mientras me embriagan sus aromas y parezco enloquecer mientras respiro hondo.  Colgados de los rayos del sol los pájaros madrugadores remontan el aire como si fueran gotas que resbalan sobre una cascada en movimiento; parece agua de las fuentes del delirio, de la magia más pura y cristalina, del olor de las flores que nacen de la primavera más fecunda. Y cierro los ojos y tengo retenidos en mi mente como chasquidos los destellos de colores, los ojos del máximo brillo de las grandes emociones. Y parece que sueño con nubes como si fuera pequeño como el polen y pudiera volar entre los matices de un radiante amanecer.

   Luego huelo la campiña, verde y fresca y me dejo llevar por el viento como si fuera una ave más nacida de la mañana, nacido del madrugador sentimiento al olfatear el aroma de los recuerdos que se mezclan con la huella de la  esperanza y con la certidumbre de estar vivo y sentir esa inmensa sensación y abrazarla, saborearla y digerirla y, sobre todo, poseerla; leer en el lejano viento sus caprichos que llegan como un dorado jirón de sol a llamar a mi ventana, como su fuera un trino de suaves quejidos, que son los sutiles sonidos que suelen aparecer muy temprano y nos abrazan a todos por la mañana.

   Supongo que todos los días voy a hacer lo mismo y asomaré a mi ventana, me quedaré en una orilla del sueño y, como si no hubiera despertado, volveré a mirar al este para ver salir el sol y que sus rayos me besen y su brillo me despierte y así no existan noches oscuras habiendo mañanas tan puras. Sí, esta noche, al acostarme, a mis sueños acudirán el perfume de las flores, el arrullo del viento zarandeando los arbustos, el azul diáfano de un cielo bellísimo y los sentimientos regresivos de cuando éramos niños que es cuando en nosotros luce lo más puro y, estando escritos en las primeras palabras de la oración, también se entiende lo más divino.

 

 

 

 

 

Autor: J. Francisco Mielgo

17/03/2010

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