Esperanza
o soy muy brillante. Si lo fuera, también sería inteligente -facultad que desconozco por completo-, y no necesitaría recurrir al desconcierto. Mi pan de cada día es la cerrazón de mi mente, acostumbrada a dar palos de ciego de un lado para otro y de la que quizás nunca me vea libre. De cómo vivo de ofuscado y perdido, quisiera rendirme cuentas aunque sólo fuera en tristes monólogos que calmaran un poco la inquietud de ese espeluznante maremágnum que llevo dentro. ¡Oh, envidiable recuerdo de un pasado ilustrado! Aunque eso ya tampoco me consuela… porque casi nada recuerdo; quizás mis noches en vela; quizás un deseo frustrado, una idea ingeniosa que por un capricho olvidé. ¡Qué pequeño es el ser humano en el mundanal absurdo de sus vidas! Pequeño y desvalido. ¡Ojalá pudiera encontrar a ese hombre del pasado!, encontrarle y recordarlo… y sólo recordar. Saber que todo es tan distinto y oscuro, me acompleja el alma. Envuelto en retorcimientos de angustia me desvelo, y no poseo ya ni un ápice de cordura, si es que alguna vez fui cuerdo. Podría ser osado y buscar en la inconstancia de mi mente el llameante motivo de la confianza, si acaso algún día ardió en ella (pues ahora permanece todo apagado) y luchar porque renazca de nuevo en mi infructuoso ser. Aunque ya no tenga esperanzas y todo se reduzca a un puñado de cenizas del recuerdo, debería marchar con la mirada erguida, dejando atrás un suspiro y sembrando las penas en los vastos campos del recuerdo para que en él maduren, se hagan viejas y tengan también su pasado.
J. Francisco Mielgo
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