bro las manos después de haberlas entrelazado, dejando escapar el transparente pájaro azul que en ellas encerraba y otorgándole la libertad para que ocupe su cielo, que vuele y remonte el viento que siempre he olido, con sus aromas de recuerdos; que su color se funda con el del cielo en una mañana primaveral, si acaso con unas gotas perladas de rocío y la brillantez de las flores en la retina de mis ojos.
El bello pájaro azul se aleja hacia el horizonte, hacia el sol que eclosiona, y hacia unos colores abigarrados que parecen cincelar el instante en una obra imperecedera, pero que a la vez tiene una duración efímera y eso es algo que duele perder. Sé que ya no lo puedo atrapar con mis manos; ni siquiera con mi copioso deseo ese instante puede prevalecer.
Le digo adiós al pájaro y vuelvo sobre mis pasos: Aquí hay algo que no se ha escapado, que es el recuerdo, mi vivencia, lo que yo he visto y he sentido, lo que en mis manos he tenido.
A veces me pregunto si yo mismo no soy un recuerdo, si no estaré prendido en el albor de aquel amanecer mientras voy volando al lado de tan bello pájaro azul, sonriendo a la luz del sol, respirando el aire de las flores y sintiendo en mi piel los colores de aquél precioso amanecer.
Autor: J. Francisco Mielgo
01/12/2010
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