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El niño y el asno 

 

 

   ciertoierto día soleado de hace muchos años, el niño Bloblo salió de su cabaña de madera y se adentró en el bosque de Blublondo. Aquel era un bosque enorme, y se decía que incluso muchos de los árboles que lo poblaban tenían vida propia. Pero esto no era así del todo; solamente eran unos siniestros árboles de sombra movediza quienes poseían la particularidad de otorgar a sus sombras la capacidad de moverse libremente del árbol que la proyectaba. Siendo así no era de extrañar que ningún niño se atreviera a morar por el extraño bosque de Blublondo. Incluso, me atrevería a decir que ni adultos siquiera. ¡Todos estaban embargados por el miedo! En cualquier lugar y a cualquier hora podía acechar la sombra movediza de un árbol del umbrío bosque. Sin embargo, Bloblo era valiente, y esa valentía se la había inculcado su padre, que era de los pocos que se atrevía a adentrarse en su interior para recoger leña con la que calentar la cabaña que había construido en su día en las lindes del enorme y amenazador bosque.      

Bloblo nunca había tenido mucho miedo, y sabía disimular muy bien el poco que alguna vez revoloteaba en el interior de su cuerpo. Salía, de cuando en cuando, a darse una vuelta por el interior del frondoso bosque, y ahora volvía a hacer lo mismo, en aquella luminosa mañana de primavera. A pesar de todo, el paseo por el interior del bosque teñía el día de sombras y la luz que se filtraba por entre las hojas de los árboles llegaba al suelo como distorsionada, ofreciendo una visión irrealista de fantasía.      

¡Un dos, un dos! ¡Sin miedo! “¡Hay que ser valiente para andar por este bosque!”, pensaba Bloblo.      

Por otro lado el bosque de Blublondo también tenía algo que cautivaba: una especie de magia que flotaba por allí; en el conjunto de aquél enmarañado lugar; en el aire que se respiraba y luego ya no se podía olvidar.      

Bloblo proseguía su viaje: ¡Un dos, un dos! Y unas sombras a su espalda también caminaban con él, con sigilo y astucia. Y cuanto más se iba internando en el bosque más se arrimaba a su lado la oscuridad… ¡las sombras movedizas!      

Y cuando el chico estaba casi sumido en la negrura de las voraces sombras, una voz vino a espantar aquella asechanza, y lo asustó de manera imprevista.      

-¡Hola, niño! ¿Se puede saber quién eres y qué haces por aquí?   

   Bloblo se volvió asustado hacia la voz y vio que se trataba de un asno. Ciertamente, era un asno casi gris, más que gris, diría casi plateado, más que plateado, casi azul. Sí, era azul como el cielo, como el mar en calma, igual de azul que un puro pensamiento que se deja volar para que a la vuelta nos traiga a la mente algo de felicidad. Bueno, así era ese asno, o por lo menos eso le pareció al chico.

      -¡Hola asno! – saludó Bloblo -. Creo que me has asustado un poco, ¿sabes? Al aparecer así, de sopetón.      

El asno rebuznó… Perdón. Quiero decir que el asno rió un poco y luego miró atentamente al chaval:

      -Me extraña que un chico pequeño como tú se haya caído por aquí… ¿Sabes que en este bosque hay peligros?   

   -Eso dice la gente; yo no me lo creo mucho. En todos los lugares hay algún peligro. No creo que este bosque sea muy distinto de los demás      

El asno miró al impertérrito muchacho con cierta curiosidad. Luego, le espetó:   

   -Pues ahí te equivocas, chico; el bosque de Blublondo está cuajado de peligros. Quiero decir que hay ciertos peligros típicos, de los que tú has dicho antes que hay en todas partes; pero existen otros peligros… ¡y estos sí son de cuidado! Estos peligros están solapados, son casi invisibles ¿sabes? Un peligro expuesto siempre es más fácil de eludir. ¿Entiendes lo que te digo, chaval? Aquí hay ciertos peligros que no sabrás de ellos hasta que sea demasiado tarde.   

   -Si es así nunca sabré dónde se halla ciertamente ese peligro para poder librarme de caer en él. ¿Quiere decirme de qué o quién me valdría para anticiparme a ese temeroso peligro? –inquirió Bloblo.      -Pues de mí, claro.  

   -¿Y por qué he de fiarme de usted y no de una ardilla del bosque, por poner un ejemplo?      El asno lo miró de arriba abajo y luego apostilló:  

   -Si estás aquí, hablando conmigo y aún estás vivo es que puedes fiarte, ¿no crees?

     -Supongo que sí. Pero, dígame, ¿es que usted podría acabar conmigo si quisiera así, sin más, sin haberle hecho nada?  

   -Vamos a ver, chico; ¡levantas a uno dolor de cabeza! –sentenció el burro -. Ven conmigo, he de enseñarte algo.  

   Y los dos empezaron a caminar en una dirección que sólo el asno conocía. Bloblo, por el camino, le iba acosando a preguntas y al pobre burro ya le echaban humo las orejas.  

   Al rato llegaron a un claro en el bosque donde había dos grandes árboles en el medio y, entre ellos, una extraña puerta que parecía flotar el aire, pues no se apreciaba que estuviera sujeta por nada. Bloblo se quedó mirándola un rato, boquiabierto y alucinado.

   -Sí, a mí también me sucedió lo mismo cuando la vi por primera vez –apostilló el asno -. La verdad, este bosque enajena a uno de una manera abracadabrante. Creo que nadie debe pasar mucho tiempo en él, o de lo contrario se corre el riesgo de no salir más.

     El chico dejó de mirar hacia la puerta flotante y lo miró a él.      -No entiendo qué quiere decir con esas palabras, señor asno.  

   -Bien, te lo diré: En este bosque nunca ha habido animales, a pesar de que ahora los hay a porrillo, ¿sabes? Aquí sólo hay sombras. Éste es el gran bosque de las sombras… ¡y aún hay muchísimas!

     El chico continuaba mirándolo, ahora más dubitativo todavía.

     -Mira, chaval, cuando yo entré en el bosque me encontró un lobo y él fue quien me hizo perder todos los miedos que padecía.  

   -¿Tenía usted un gran miedo, señor asno?... ¡No me lo puedo creer!      -Por supuesto que lo tenía.  Como tú también lo tienes…

     El chico pareció envalentonarse, y se encaró al asno:  

   -¡A mí no me da miedo este bosque, ni tampoco sus sombras!      Sí, ya sé que eres muy valiente… hacia fuera; pero donde realmente tienes grandes temores es en el interior de tu mente… ¡En tu alma!

     El muchacho comenzó a mirarlo con la boca abierta, empezando casi a temblar.

     -Qué me dices, ¿tengo razón o no? –volvió a preguntar el asno.

     -¿Cómo… cómo que… en el interior…? ¿A qué se refiere realmente con eso, señor asno? –balbuceó el chiquillo, mientras comenzaban sus piernas a temblar como flanes.

     -De sobra sé que padeces un miedo indecible a dormir por las noches y a adentrarte a solas en el bosque enmarañado de tus pesadillas.  

   -Por favor, ¡no me las recuerde! Ignoro cómo ha logrado saber este temor mío a dormir por las noches. Bueno, más que a dormir es a soñar. Lo que pasa es que ambas cosas siempre vienen juntas. Claro que ahora es de día y no debo temer nada: ahora estoy a salvo –y mientras decía esto, que más bien parecían pensamientos dichos en voz alta, se sentó en el suelo de hierba, cansado ya de ser tan valiente por el día y tan espantadizo por la noche -. Ya no sé qué puedo hacer para enfrentarme a mis demonios nocturnos, a los extraños sueños de mi mente.  

   El burro lo miró un tanto compasivo, y le dijo:  

   -¿Y qué sueñas realmente por las noches?  

   Al chico se le desorbitaron los ojos:  

   -Es… ¡un terrible oso! Es grande, muy grande y tiene enormes fauces. Me persigue a todas partes; sale de cualquier lugar, oculto; siempre está tras de mí, observándome. A veces creo que aun despierto y todo, cuando me miro al espejo, veo esa terrible cara de bestia en vez de la mía. No sé qué puedo hacer ni dónde esconderme. Sé que cada vez que cierro los ojos él ya está preparado para entrar en acción. Cuando estoy teniendo un sueño feliz, a la menor ocasión, entra en juego y ¡zas!, me amarga la fiesta –y se puso a sollozar, como si todo estuviera perdido y nada pudiera hacerse ya.

     -Bien. Por eso te he hecho venir hasta aquí. Si quieres vencer tus miedos internos deberás pasar al otro lado de la puerta.

     El niño dilató sus ojos, haciéndolos enormes, y miró al asno:

     -¿Pasar por esa puerta flotante?

     -Sí. ¡Ánimo! No pasa nada. Deberás abrir la puerta y pasar al otro lado… Después todo será distinto, ya lo verás.  

     El chico se lo pensó unos instantes y luego se levantó, un poco indeciso, dubitativo quizás. Se acercó con cautela, dio una vuelta alrededor de los árboles y se colocó tras la puerta: allí no había nada; la puerta sólo era una simple puerta colgada en el aire.

     Volvió a dar la vuelta completa, colocándose de nuevo al lado del asno.  

   -¿Puedo… puedo entrar ya? –le preguntó:

     -¡Adelante! No temas nada.

     Y luego el niño abrió la puerta y entró con sigilo, como si temiera que con alboroto algo se podía desatar y, posiblemente, no fuera bueno: tal vez aquél extraño encantamiento que parecía rondar por allí se tornara en algo amargo... Luego, tras él, la puerta se cerró.  

   El asno dio la vuelta a los árboles y se fue tras la puerta, como había hecho antes el chico, y después habló en estos términos:

     -¡Hola, hermano oso! Encantado de saludarte y bienvenido al bosque de Blublondo, el único bosque del mundo donde, cuando nace un animal, se extingue una negra sombra merodeadora. Ahora, hermano oso, serás un animal por un tiempo y veremos con ello tu nobleza y también si posees esa gran fortaleza interior para poder vencer tus miedos, tus pesadillas, las negras sombras que campan en tu mente. O tal vez tus pesadillas hayan sido sólo una advertencia de lo que te iba a venir. Veremos si con tu nueva vida ves las cosas de otro modo y tal vez así un día puedas volver a traspasar la puerta para el lado de los humanos.

 

   Moraleja:

   A veces nos convertimos en aquello que más odiamos. Debemos ser honestos y nobles (sobre todo con nosotros mismos), para volver a ser más humanos.

 

 

 

 

J. Francisco Mielgo

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