staba frente al viento un día lluvioso y melancólico y algo debió susurrarme al oído pero que, aún hoy, no acabo de entender. Quizá me hablase en un idioma incomprensible para mí o tal vez no quiso que yo le entendiera. Sin embargo, sigue lloviendo en mi recuerdo y los árboles continúan cantando esa canción ululante, pero profunda; misteriosa, pero balsámica. Sé que entender el idioma del viento conllevaría tal erudición que en una persona resultaría algo sumamente ingente; ¡demasiado grande para mí tal vez! Sin embargo, me sigue gustando escuchar las palabras etéreas del viento aunque no logre entenderlas. Me gusta el murmullo de las olas y el sinuoso vaivén de las espigas de trigo en primavera, me agrada el inaudible aleteo de las mariposas y el profundo suspiro de las personas. Y en todas ellas, el aire, juega un papel importante. Así que estaré esperando a que vuelva a decirme algo aunque sea en una noche quebrada por su aleteo sobre los tejados, cuando todo se llena de chasquidos y misteriosos sonidos que hacen casi estremecer. Volaré con la imaginación por el proceloso mar del viento enfurecido, me asiré a sus crines invisibles como si él fuera mi caballo y yo un caballero perdido. Tal vez se avenga conmigo, entienda mis deseos y me lleve a los confines… lejos, pero cerca de todo. Porque el viento está en todas partes, con sus largos y flexibles brazos, con su frío aliento y su misterioso lenguaje.
Voy a lomos de un corcel invisible volando sobre ríos y valles, bosques y escarpadas montañas; voy como si fuera soñando, cómodamente, como invadido por un sopor de felicidad. Y yo estoy agradecido de que me enseñe los caminos del cielo nocturno, sembrados de estrellas y del cielo del alba, con los vívidos colores de un nuevo amanecer.
Autor: J. Francisco Mielgo
19/11/2011
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