El corazón de luz
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staba escribiendo un día en el confortable y mullido agujero de mi árbol, cuando oí un ruido fuerte, casi espantoso, que había sucedido fuera. Había sido un ruido de esos que vienen sin avisar, de los que sobresaltan a uno por menos de nada. Al momento asomé al exterior de mi agujero y me encontré con el interior del oscuro y asustadizo bosque. No se oía nada… sólo el latir del silencio, el jadeo de la oscuridad, el manso arrastre de las sombras, que más que oírse se veían agazaparse contra mi árbol. Entonces ululé a la cara de esa bestia oscura: - Uhuhuuú. Y mi canto se perdió en la inmensidad de la noche, y el silencio recayó de nuevo sobre el reservado bosque. Entonces fue cuando vino esa luz que rasgaba el aliento oscuro de la noche y se bamboleaba de un lado a otro. Venía de prisa, eso era obvio. Parecía enloquecida, errante, casi perdida… Venía hacia mi árbol, y lo hacía con suma rapidez como si estuviera imantada con invisibles y poderosas fuerzas. Alcanzó rápido su cometido: el ansiado árbol de su camino.
Asido a la fulgurante luz de la linterna venía un niño, asustado; tanto más, diría yo: aterrado, casi. Me miró, y luego miró hacia atrás. Quería hablarme, pero no le salían las palabras. Algo que había tras él lo tenía despavorido. Según la fuerte expresión del chico, le habría seguido de cerca, a la zaga, sin darle resuello ni descanso alguno. Luego se acurrucó al lado del árbol y pegó su espalda contra la dura corteza, amenazando después a la oscuridad con los aguzados rayos de su linterna. -¿De qué huyes, pequeño? –le pregunté.
-De la… oscuridad… -balbuceó
A mí me sorprendieron aquellas palabras, y le volví a inquirir:
-Pero, ¡si está por todas partes! Es imposible que le des esquinazo.
-No es de la oscuridad en sí de lo que huyo, sino de su corazón: lo más negro y terrorífico que se pueda uno imaginar. Es eso que late en el interior de nosotros cuando nos topamos con el miedo y no sabemos qué dirección tomar o dónde escondernos. Es esa extraña pero terrible sensación de que algo malo está observándonos cerca, casi pegando a nuestro lado… detrás de nosotros. ¿Sabes a lo que me refiero? Cuando hay algo que no entendemos, nos asusta, y es así siempre. Y no digamos lo que escapa a nuestras medidas… Lo inconmensurable. Eso nos desconcierta de tal manera que se vuelve uno loco. Y entonces viene el miedo, ya sabes, el que te observa sin que te des cuenta.
Me quedé un ratito mirándolo, con mis ojos de búho dilatados. ¡Vaya un niño retórico! ¡Cómo se explicaba…!
-Bueno, yo lo único que puedo hacer es ofrecerte el amparo y la confortabilidad de mi agujero de árbol. No puedo espantar tus miedos con mis palabras, pero sí que puedo ofrecerte una buena conversación y así todo será más llevadero.
El chico aceptó gustoso mi invitación y trepó por el árbol y luego entró muy ajustado por el hueco. Casi no lo logra. Pero al final su terquedad dio sus frutos y nos vimos lo dos dentro del tronco.
-Es pequeño, pero seco y cálido –le dije-. Sobre todo no tires nada de los estantes. Los libros se rompen a la mínima. Y no hay cosa más fea que un libro roto.
-Sí, claro, son delicados –terció él mientras echaba un vistazo de alivio por el agujero del tronco hacia la oscuridad de la noche -. Procuraré no romper nada, no es esa mi intención.
La lámpara de mi aposento era buena e iluminaba bien. Todo se movía un poquito de un lado a otro debido al tenue balanceo de su luz. Pero irradiaba calidez y allí no había temor de ningún tipo.
-Y ahora que ya no estás a merced de la noche quieres decirme qué es lo que produce tanto temor en ti de ella…, quiero decir el porqué. ¿Por qué el alma de la oscuridad persigue tus inquietudes, tus pasos?
-Bueno… -y se quedó un poco pensativo -. Ya hace tiempo que está tras de mí. Nada más llegar la noche parece que le encanta perseguirme por todas partes, como si no hubiera nadie más en el mundo a quien atormentar. Creo que la tiene tomada conmigo.
-Hombre, cada uno tendrá sus miedos. Yo también tengo algunos… aunque no tan atroces como los tuyos –y permanecí un rato observándolo -. Como te dije antes no creo que con mi labia y convicción espante tus miedos; no soy tan fenómeno como para eso. Sin embargo, creo que tengo una solución para eliminarlos… ¡un antídoto de la oscuridad que ennegrece tu alma!
-¿Qué cosa es esa? –inquirió el pequeño con incredulidad.
Del cajón de una especie de aparador saqué una campanita de cristal, brillante, que lucía como un diminuto sol. En el interior había un corazón pequeño, pero brillantísimo que flotaba como si fueran sus propios latidos quienes lo hacían levitar.
El chico miraba aquello como si no hubiera visto nada en el mundo tan hermoso. Mientras yo paseaba la campanilla ante su vista, él la seguía sin parpadear y era como si se hubiera desatado un gran hechizo que nos había hecho sus prisioneros.
-Este puede ser el antídoto a los miedos que ensombrecen tu corazón. Es el “Corazón de Luz”. Ninguna oscuridad de este mundo puede arrebatar su brillo. Es lo que deberás llevar dentro de ti para acabar con los problemas que te agobian.
-Bien. Démelo y lo guardaré como el mayor de los tesoros encontrado nunca.
-Parece ser que no me has entendido, muchacho, este corazón sólo puede ocupar el lugar que ocupa un corazón: tu pecho…
El chico dio un vuelco de espanto. Y luego me miró como si estuviera a punto de ser destripado por un criminal.
-No debes tener miedo, no voy a hacerte nada malo. Pero tu corazón está negro, emponzoñado por negros pesares, encapotado de tenebrosas tempestades; así no puedes apreciar el luminoso amanecer de cada día –y me acerqué a él y le miré profundamente con mis grandes ojos de búho. Allí escudriñé su ensombrecido corazón y vi cuánto padecía el niño -. Hay que darse prisa y cambiar tu negro corazón por el Corazón de Luz antes de que sea demasiado tarde. Para ello sólo tendrás que dormir y no soñar. Cuando despiertes quizá tus miedos hayan desaparecido y de mi ya no te acuerdes más. -¿Por qué no podré recordarte?
-Pues porque tal vez sólo forme parte de un sueño… de tu recuerdo
-¡Imposible! Llevo demasiados años con esta negra oscuridad; ningún sueño dura tanto tiempo.
Yo le sonreí:
-De todas formas tienes que dormir y descansar; cuando despiertes será otro día aunque estés en medio de la noche. Y luego Dios dirá, al menos lo habremos intentado.
-Vale, confío en ti; dormiré. Me gustaría recordarte después, pero aún así me dormiré. Quisiera que cuando despertara fuera verdad lo que me has dicho y todo se acabase… Dormiré no obstante sin más demora. Tal vez nunca despierte, mas es mejor eso que nunca tener claridad en mis entrañas. Y ahora voy a dormirme y sólo voy a decirte hasta mañana, búho del bosque. No sé si me acordaré de ti, pero ahora me alegro de haberte conocido.
Y el niño se durmió después.
Despertó de pronto. No sabía si un ruido le había asustado o, simplemente…
En el bosque hacía frío y la noche lo bañaba todo. ¿Qué hacia él allí? ¿Se había quedado dormido en medio del bosque? ¡Qué raro era eso! Sin embargo, ahora empezaba a recordar que había salido a dar una vuelta por el interior del intrincado bosque de una noche cualquiera en la que uno decide hacer eso, como una osadía simplemente. No le asustaba internarse en medio del bosque ni ir donde fuera, ni tampoco temía a los ruidos, susurros ni lindezas parecidas. A decir verdad jamás había tenido miedo a nada, de nadie, ni tan siquiera de la oscuridad. Llevaba, había llevado siempre un gran corazón en su pecho, fuerte y con coraje, un corazón que brillaba en la oscuridad como un pequeño sol y eliminaba toda sombra maliciosa, cualquier temor o duda, cualquier miedo. Nadie podía ver ese brillo, pero él sí; y su luz abarcaba toda su vida, sus sentidos y también su alma. Ahora recordaba dónde encontrar el camino que conducía a la salida del bosque. Aún continuaba un poco desconcertado: jamás se había dormido en ningún sitio que luego no se diera cuenta de ello. No obstante se sentía feliz, repleto de… ¡magia! Era como si ahora se propusiera volar y con sólo desearlo pudiera hacerlo. Ni siquiera lo intentó no siendo que lo consiguiera y, con ello, se diera un susto de muerte.
Avivó sus pasos y encontró el sendero. Le pareció que el bosque brillaba y que le sonreían los árboles mientras le besaban las flores aún medio dormidas al pasar ante ellas. Sí, estaba claro; ¡era todo mágico!
De pronto, cuando ya abandonaba los últimos árboles del bosque escuchó un sonido que le hizo detenerse y mirar hacia atrás:
-Uhuhuuú.
<< ¡Oh, un búho! -pensó en su interior-. Es sólo un búho del bosque que canta en la noche. »
Se dio la vuelta y prosiguió la marcha, con el eco de ese ulular aún en sus oídos. Y de mí ya no volvió a acordarse jamás.
Moraleja:
La amistad y los buenos sentimientos pueden durar toda una vida o tan sólo pasar como una estrella fugaz por el cielo de nuestras intenciones. A veces, cuando una cosa es conseguida no paramos a pensar el trabajo que nos ocasionó ni a quien le debemos ese logro; simplemente lo tenemos y ya no echamos la vista atrás.
J. Francisco Mielgo
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