El brillo del la palabra
e gusta pasar largo tiempo pensando, siempre urdiendo cosas en mi mente, cociendo sopas de palabras y pócimas de posibilidades, imaginando grandes proyectos o fantásticas situaciones y siempre rumiando las reflexiones más hondas de mi mente. Sí, soy un interesante pensador, profundo, metafísico, bueno o malo pero profundo, rayano casi en la filosofía. Pero casi, pues aún le queda un largo camino a este moderador de las ideas, a este pequeño escultor del pensamiento. Y tal vez algún día logre ser un simple pero altivo filósofo, me estanque ahí, en esa brillante dimensión, y me pierda en el intríngulis del proceso, permaneciendo en el alejado plano del pensador…
Mi rebosante ilusión, con vistas a la floración de expectativas, se aúna en el deseo que sea honroso ser un mero y desapercibido pensador a que fuere un sofisticado y rimbombante filósofo, siempre y cuando se divulgue la verdad del ser humano, la desnudez de la mente, sin manipulaciones ideológicas extrañas, ni enmascaramientos absurdos o exposiciones inverosímiles. Todos atesoramos un espíritu de filósofo y también somos impenitentes pensadores. La cuestión es que no nos tapen la boca, que nuestras palabras luzcan y se manifiesten de forma verbal o escrita, pero siempre aportando algo claro, adentrándonos en el ojo de las incidencias y, sobre todo, buscando la verdad de la vida, pues de mentiras es fácil empaparse ya que estamos rodeados.
Bien es sabido que con facilidad de elocuencia se puede ser muy bueno, un gran mago que chifle y encandile a los demás, y que esa misma dialéctica sea el mejor malabarismo de la palabra; pero las palabras expresan ideas, unas veces buenas y otras malas, simples o inmensamente profundas, reales o quiméricas… ¡Y yo soy un gran modelador de las ideas!
J. Francisco Mielgo
20/06/2007
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