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Un cuento con vocabulario explicado  glosario 

 

 

 

 

 

El baúl de Tim 

 

 

   habiaabía una vez un niño que vivía en un viejo baúl del desván de su casa.       Sí, habéis leído bien; vivía, a veces, en el interior de un viejo baúl que no era muy grande por fuera o al menos eso es lo que parecía. Sin embargo, era inmenso por dentro. Tenía un pequeño parque de juegos, todo él en madera y también una habitación hecha de la más bonita y colorida madera. Había muchísimos juguetes, libros y juegos y, ¡todo ello dentro del viejo baúl!

   Sí, esa era su morada secreta, donde se resguardaba para desaparecer del mundo real de los adultos.

   Un día, los padres de Tim, que así se llamaba el niño, habían subido para hacer limpieza y ordenar aquél vetusto y destartalado desván, reparando de pronto en el desvencijado baúl que yacía en medio.

   -Tenemos que deshacernos de este trasto viejo –dijo la madre nada más verlo.

   -Sí. Yo creo que ya podemos tirar ese viejo baúl. Sinceramente, no sé cuando lo trajimos ni a quien perteneció.

   -¿Estás seguro de que lo compramos alguna vez? –le preguntó ella a él.

   Y aquella misma noche el misterioso baúl se fue al mismo lugar que el resto de la basura

   -Antes de tirarlo le eché un vistazo por si Timoteo tenía algo dentro, pero no había nada –señaló el padre, todo seguro…

   Con los mayores siempre pasaba eso: ellos nunca veían nada. Un viejo baúl no se puede abrir, mirar y cerrar rápido. Hay que observar despacio, profundo, acercar la vista al fondo si no se descubre nada… ¡y luego entrar! Pero claro, es mucho pedir para un adulto, que siempre están llenos de problemas.

   Y fue entonces, aquella misma noche, que el padre y la madre de Tim pensaban que éste dormía plácidamente en la cama de su cuarto, cuando un trapero se tropezaba con el viejo baúl y, antes de que el servicio de limpieza recogiera la basura, se lo había llevado consigo.

  

 

   Tim despertó sobresaltado en un sofá del cuarto de juegos de su baúl. Se había quedado dormido y no sabía qué hora era: ¡el viejo reloj del baúl hacía tiempo que no funcionaba! Allí dentro parecía que las cosas eran muy viejas, a veces. Otras no. Era difícil describir aquél enigmático baúl.

   Bueno, de todas formas tenía que salir de allí e irse para la cama de su cuarto, no siendo que sus padres se preocuparan buscándolo. Pero, qué raro…

   ¡No había casa!

   Brillaba una luna panzuda en el cielo de la noche y donde se encontraba estaba inundado de cachivaches, colchones alabeados, mantas y ropa vieja maloliente, cajas de madera y muchísimos trastos indescriptibles en aquél enorme descampado.

 Así que estuvo caminando un rato desorientado y asustado entre aquel caos hasta que se percató de una caseta de la que emergía una luz casi cenicienta a través de unas rendijas. Tim se acercó y entró con sigilo…  

   Pero las viejas puertas son delatoras y siempre avisan con su hiriente voz:

   “¡Que viene alguien! ¡Que viene alguien! ¡Hiiiijjjjjjjjjj!”

   Las sombras del interior de la caseta bailaban una fantasmagórica danza  alrededor de un oscuro y feo individuo que se acunaba a lomos de una descacharrada mecedora, al fondo.

   -¡Vaya vaya! ¡Un niño…! – exclamó el individuo.

   Tim no supo cómo reaccionar. Y se quedó allí, quieto como una vela.

   El tipo feo fue hacia él.

  -Y eres muy pequeño, parece.

   Tim lo miró, ceñudo:

   -No se crea. Sé defenderme bien.

   El oscuro individuo lo miró detenidamente y rompió en carcajadas:

   -Ja, ja, ja. Colecciono muchas cosas; pero hasta ahora, nunca niños.

   El chico no decía nada, simplemente lo miraba.

   -Y dime, ¿cómo has llegado hasta aquí? –inquirió el individuo.

   El niño sonrió, y dijo:

   -En el interior de un baúl.

   -¿Cómo…? Hace un par de horas, no más, traje un viejo baúl desde lejos hasta aquí. ¿Quieres decir que tú venías en su interior?

   El chico lo miró y asintió con la cabeza:

   -Afirmativo.

   -¡Imposible! Yo lo miré. Y comprobé que estaba completamente vacío.

   -Es que es un baúl mágico, ¿sabe? –aseguró el chico con displicencia.

   El tipejo miró al chaval y brillaron los negros ojos en su negra cabeza.

   -¿Que es un baúl mágico? ¡Eso no puede ser!

   -Pues claro que lo es. Lo que pasa es que si no se sabe que es un baúl mágico su magia no aparece, ¿me entiende usted?

   El individuo lo miraba boquiabierto y no decía nada.

   -Venga. Le enseñaré el poder de su magia –dijo Tim.

   Y ambos salieron de la macabra caseta y caminaron como brillantes sombras bajo la luz de la luna.

   -¿Y quieres decirme que este trasto de cuatro tablas es mágico? –inquirió el individuo, mirando el baúl.

   -Sí. Ábralo y mire su magia, si no me cree –aseguró el niño.

   Y así lo hizo el negruzco desconfiado.

   -¡Pues yo no veo nada! –seguía diciendo.

   -Es que tiene que acercarse más –aseguraba Tim -. Asómese todo lo que pueda y ya podrá ver.

   -¡Es verdad! Ahora si que veo… ¡Oh…! ¡Qué cosas hay aquí dentro!

   Y, mientras permanecía embobado observando no sé que extrañas y encantadoras visiones en el interior del baúl, Tim cogió impulso, tomó carrerilla y dio un empujón con su costado sobre el trasero del negro individuo, que se fue para el interior del viejo y misterioso baúl, gruñendo como un cerdo lastimado.

   Luego Tim cerró el baúl y se separó de él, entre asustado y risueño.

   ¡Cómo brillaba ahora el condenado baúl!  Parecía como si un carpintero hubiera pulido y barnizado la madera de su lomo hasta dejarlo nuevo del todo y sus bisagras relucían bajo la luz de la luna como si fueran de oro puro. Sí, ahora la apariencia era otra. Volvía a ser un baúl solemne.

   Pero… ¡Oh, ya era muy tarde! Tenía que darse prisa y marchar para casa antes de que llegara el día. Y mientras caminaba echó una vez más la vista atrás:

   Allí quedaba el misterioso baúl que tantas veces le había salvado de algún peligro. No sabía qué pasaría con aquel personaje que se lo había tragado así como con los otros que antes lo había hecho. Simplemente desaparecían y ya está, formaban parte del pasado. Ahora sólo veía el baúl, luciendo como un diamante a lo lejos; pero no le preocupaba: el baúl regresaría pronto a casa.

   Y sonrió.

   Siempre lo hacía.

 

 

 

 

 

Autor: J. Francisco Mielgo

14/05/2009

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Glosario: 

 

alabeados: (alabear)

1. tr. Curvar o torcer algo. ^

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descacharrada: (descacharrado, da)

1. adj. Descuidada, desaseada. ^

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desván:

1. m. Parte más alta de la casa, inmediatamente debajo del tejado, que suele destinarse a guardar objetos inútiles o en desuso. ^

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displicencia:

1. f. Desagrado o indiferencia en el trato con otras personas. ^

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cachivaches:

1. m. pl. Utensilios rotos o inservibles que son considerados como inútiles. ^

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desvencijado: (desvencijar)

1. Desunir y descomponer las partes que se suponían unidas.

2. prnl. desus. Quebrarse, romperse. ^

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enigmático: (enigmático, ca)

1. adj. Persona, cosa o suceso que incurre en enigma; de significado oscuro y muy difícil de entender. ^

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macabra: (macabro, bra)

1. adj. Se dice de aquello que da miedo y repulsión. ^

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solemne:

1. adj. Dícese del acto pomposo e imponente. Grande, magnífico. ^

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trapero: (trapero, ra)

1. m. y f. Quien tiene por oficio recoger trapos para comerciar con ellos.

2. El que compra y vende trapos y otros objetos usados. ^

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vetusto:

1. adj. Muy viejo, anticuado. ^

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