Un cuento con vocabulario explicado
Dibucuentos, la historia en cuento
ace mucho tiempo, en el Reino de Dibucuentos, existieron muchas brujas, todas ellas malas… Quiero decir que el fin que persiguieron las brujas no fue otro que apartar a todas las personas (niños y grandes) de la lectura, pues en este Reino se lee mucho; y del dibujo, ya que a todos les da por dibujar y, además, son bastante buenos haciéndolo; también de la pintura, con la que se embadurnaban haciendo sus obras; y, por supuesto, de la escritura, que a todos les gustaba por igual. Pues bien, este espíritu creativo y artístico es el que se llevaron las brujas del pasado del Gran Reino de Dibucuentos, a la par que a muchos niños que también raptaron para convertirlos en sus mascotas, como una rana o un gato negro… ¡cosas así! Ahora ya a nadie le daba por pintar ni leer ni nada de nada, todos se daban al aburrimiento y nadie hacia nada para evitarlo.
Cierto día, el rey de Dibucuentos, Orondo III (que significa gordito), aconsejado por el asesor del Reino, Cliko, mandó cazar a todas las brujas que hubiera y cuando todas ellas hubieran perecido volvería a instaurar las buenas costumbres del pasado. Por otra parte había que devolver a los niños raptados a sus padres. Y así, a la caza de brujas salió todo aquel que sabía empuñar un arma o que quería que se le tachara de valiente y engrosar la lista de los héroes del Reino. Muchísimos de ellos no volvieron y ahora tal vez estén convertidos en animalillos y deambulen por algún lugar de los grandes bosques de Dibucuentos. Sin embargo, las brujas fueron poco a poco cayendo bajo las armas de grandes personajes como el guerrero de la armadura negra o el lobo Gruz, el mejor “caza-brujas” de todos los tiempos. Así, cuando las brujas fueron eliminadas todo el mundo se alegró muchísimo, pero el tiempo fue pasando y las cosas no parecían llegar a la normalidad… ¿Qué pasaba? ¿Qué sucedía para que el espíritu artístico e interesante que durante siglos les había acompañado no regresara a ellos?...
En el corazón del bosque más grande del Reino y en el interior de un misterioso árbol, vivía la bruja Eduarda. Ella era la última de su estirpe, aunque nunca profesó la maldad ni la codicia de sus colegas. Se podía decir que era una bruja buena, pues jamás hizo nada malo a nadie, y el único animal que tenía como mascota, que era un búho, era real y estaba allí por su voluntad y no a la fuerza. Ambos aprendían el uno del otro, pues ya se sabe que las brujas adoran la noche y los búhos saben mucho de eso; y al búho le gustaba aprender algún hechizo que otro de la magia blanca que dominaba Eduarda, pues hacía muchos años que se había desmarcado de la magia oscura que practicaron el resto de las brujas de Dibucuentos. Ella no era capaz de procurar ningún daño a nadie y menos a niños o a animales indefensos del bosque.
Eduarda vivía en el interior del árbol Elmos, una de las especies de árboles más rara de Dibucuentos, pues era un árbol de la especie “huidiza”, nunca se estaba quieto mucho tiempo en el mismo sitio. Aparentemente no era tan grande como para albergar un hogar en su barriga, pero su interior era enorme y había hecho una puerta casi invisible para que entrase la bruja y después cerrarla ocultamente, dejando simplemente unas arrugas en su corteza.
Eduarda, pese a tener su casa en el interior del árbol huidizo, sentía miedo por todo cuanto había pasado en el Reino de Dibucuentos y vivía con el temor de que un día podían dar con ella. ¿Cómo era posible que las cosas se hubieran torcido de aquella manera y las brujas se hubieran vuelto tan malas? ¿Cómo era posible que el rey Orondo III, que siempre había sido un rey benévolo hubiera dado la orden de eliminarlas a todas? Quizá hubiera habido alguna otra solución… tal vez se podía haber salvado alguna que no fuera mala del todo… ¿o no? Ella no era mala. Sentía vivos deseos de ir ante el rey y decirle que no todas las brujas de Dibucuentos eran malvadas. Pero sabía que eso no era posible, pues los soldados del rey se le echarían encima antes de llegar a su presencia y ni siquiera podría hablar con él.
Ahora preparaba una poción para aparentar ser una campesina pues tenía que salir del bosque y ver qué ocurría, si todo había vuelto a la normalidad o acaso todavía estaba en el punto de mira de los cazadores, como sospechaba. Recordó una vez, que había recurrido a esta pócima para preservar su identidad y salió del amparo del bosque y fue cuando se encontró a un guerrero enorme que vestía armadura negra y éste le preguntó si había visto alguna bruja. Casi no supo qué contestarle, pero al final salió airosa del trance y el guerrero se fue por donde había venido. Sin embargo, cuando más adelante se encontró con el lobo Gruz le entró un miedo horroroso, pues el lobo la olía sin parar y no contestaba a sus palabras. Eduarda sabía que el lobo sospechaba algo y, aunque al final la dejó marchar, temía volver a encontrarse con él; debía pues ser muy precavida, intentar evitarlo si era posible; pero si no era así, ser más astuta que él, aunque esto era mucho pedir pues jamás había visto a un ser tan suspicaz e inteligente. Debía ser muy equilibrada en la preparación de la pócima. Nada tenía que fallar.
Eduarda miró por uno de los ventanucos que Elmos abría en su corteza a petición de la bruja. Vio el bosque oscuro, pues la noche ya había regresado y todo lo bañaba con su gran manto. Hacía mucho viento, eso sí, Elmo se resentía y se dejaba mecer una y otra vez. La bruja apoyó su mano sobre la corteza del árbol huidizo:
-Abre, Elmos; he de partir ahora.
El árbol abrió la puerta que tan bien sabía camuflar y Eduarda salió al exterior.
-A mi regreso envíame al búho a buscarme para que me enseñe tu nueva ubicación –le gritó a Elmos cuando ya era una sombra en la oscuridad de la noche.
Unas patas poderosas se arrastraban entre las hojas de los senderos boscosos, llevando sobre ellas una amedrentadora presencia que amilanaba a todos los animales del bosque: La silueta del lobo Gruz se hacía evidente entre la oscuridad y la maleza. El débil silbido de su respiración era como un viento que dejaba helado a quien se hallara a su paso.
En el camino se topó con un zorro que dormía entre unas hierbas a la orilla.
-Oye tú, zorro, despierta.
El zorro despertó, mirándolo con ojos temblorosos de miedo.
-¿Sabes de una bruja que vive en este bosque?
-¿U… una bruja…? ¿Qui…quien, yo…?
-Sí, tú. Sé de buena tinta que hay una última bruja…, y vive en este bosque. Nada volverá a ser igual en el Reino de Dibucuentos hasta que la última bruja haya perecido. Dime, ¿dónde está?
-Pe… pero, señor lobo, si yo… yo no se dónde está la bruja que vive en el árbol huidizo del bosque, yo…
-Así que vive en un árbol de esos que huyen, ¿eh? ¡Interesante! –dijo el lobo, enseñando sus colmillos -. Una bruja miedosa que vive en un árbol miedoso: ¡buena pareja! Gracias por tu ayuda, zorro.
Y el lobo Gruz marchó a grandes zancadas.
¡Dios mío, qué miedo! Ese lobo asustaba a uno. Menos mal que a él no le había hecho nada. Y menos mal que no le había dicho dónde estaba la buena brujita del bosque… ¿O sí? Tal vez se le había escapado y… ¡Mierda! ¡Era el zorro más tonto del mundo!
Eduarda había abandonado el refugio protector de los últimos árboles del bosque, yendo después hacia una población donde intentó recabar informes sobre la caza de las brujas. Algo sacó en claro: que a ella la buscaban y que el caso no estaba cerrado mientras quedase una sola bruja en Dibucuentos. Le dio un vuelco el corazón cuando supo la noticia y, mientras caminaba por las oscuras calles del pueblo, se iba preguntando si la única solución para acabar con aquel acoso no estaría en una visita al rey, hablar con él y explicarle que ella no era como las demás. Lo difícil sería acercarse tan siquiera a su lado, pues sus aposentos estaban muy vigilados. Sin embargo, tenía que intentarlo.
El castillo del rey Orondo III se asentaba en el llano de un montículo que pendía sobre un gran precipicio, por lo tanto no había otro camino para llegar hasta él que no fuera el único y principal. A no ser… ¡que se fuera volando! Y esta bruja también poseía ese poder, sabía muy bien barajar los hechizos para quedarse ligera como una pluma y volar, no con una escoba como hacían el resto de las brujas; Eduarda usaba una pequeña nube para desplazarse por el aire. Le daba lo mismo que fuese negra o blanca, eso dependiendo de la noche, para que no delatase su presencia. Si había luna llena la bruja usaba nubes blancas con algún tinte plateado así pasaba desapercibida por el cielo de la noche; sin embargo, como esa noche era bastante oscura prefirió usar una nube negra que era más propia para la ocasión.
Llegó como si nada a una de las torres del castillo, allí embotelló la nube en un frasquito mágico, para poder usarla después si tenía que salir huyendo o algo parecido y se deslizó con sumo cuidado escaleras abajo, rumbo a los aposentos del rey.
Sinceramente, nunca hubiera imaginado haber llegado de manera tan fácil ante la presencia del rey, pues ya estaba en su habitación, donde éste dormitaba plácidamente. A los dos soldados que había en la puerta también los había mandado al mundo de Morfeo con unos polvos del sueño espolvoreados en sus caras. ¡En este momento dormían todos como lirones! Ahora era cuestión de acercarse al rey, despertarlo y decirle la vedad: que ella no era una bruja mala.
El rey dormía bajo las mantas, ignorante de que una mano se acercaba a su cama y las retiraba hacia un lado, de golpe. Y resultó que el rey de la cama era el lobo Gruz, que de un salto se puso en pie, enseñando sus dientes:
-¡Qué sorpresa…! La última bruja de Dibucuentos, supongo.
Eduarda dio un respingo y se apartó de la cama como un rayo, pero no podía articular palabra, el maldito lobo ese la había paralizado.
Gruz dio un salto de la cama hasta su lado y comenzó a girar a su alrededor.
-¿Creías que iba a ser todo tan fácil? Llegar a la habitación del rey y… ¿para qué? –y el lobo Gruz se detuvo y miró a los ojos a la bruja -. Soy el mejor cazador del Reino, no se me escapa ni una señal, no hay indicio que yo no vea y, sin embargo, no acierto a adivinar para qué has venido hasta aquí…
-Yo te lo diré –contestó la voz de alguien que entraba por una de las puertas laterales de la habitación. Era Cliko, el asesor del Reino, quien precedía al rey Orondo III que venía soñoliento y muy despistado -: ¡La intención de esta miserable bruja es acabar con el rey! Seguramente pretendía asesinarlo mientras dormía en su cama.
-¡Eso no es verdad! –exclamó Eduarda -. Yo nunca osaría levantar la mano contra el rey de Dibucuentos. He venido aquí simplemente para que escuche lo que tengo que contarle, nada más.
Al asesor del Reino no parecían convencerle las palabras de la bruja:
- ¡Guardias… coger a la bruja y cortarle la cabeza!
Eduarda miró implorante a la cara del lobo Gruz.
- Debéis creer lo que digo. Nunca vendría aquí con malos propósitos.
Los guardias la apresaron en un santiamén y se disponían a llevársela.
- ¡Un momento! –gruñó Gruz -. Creo que dice la verdad.
- ¿La verdad…? ¿Qué verdad? –intervino de nuevo Cliko -. Yo creo que es más astuta que tú, lobo. Nos está engañando a todos.
El lobo Gruz miró al asesor del Reino y le enseñó sutilmente los colmillos. Luego puntualizó:
- A mi olfato no se le miente con facilidad. De haber sabido que era una bruja como las demás ya le hubiera desgarrado el cuello. Creo que en ella hay algo distinto. Sé de sobras que en su interior late un corazón, no croa un sapo como en el resto de sus semejantes. Deberíamos escucharla antes de dictaminar si merece un castigo o no.
-Eso creo yo también –habló el rey, acercándose un poco hasta donde la bruja y el lobo estaban.
-Gracias, Majestad por desear escucharme –le dijo Eduarda -. De sobra sé que nunca os arrepentiréis con ello.
-Pero antes de que nos relates todo aquello que quieres decirnos, iré a sentarme a mi trono, allí estaremos más cómodos, sobre todo yo, je je.
Y una vez el rey Orondo III se acomodó en su sillón real, la bruja comenzó su relato:
- Majestad, quiero que quede claro que yo no tengo nada que ver con el robo del espíritu creativo de Dibucuentos ni con el rapto de los niños a los que, supongo, pululen ahora convertidos en bichitos por alguno de los bosques del Reino. Es más, con las brujas del Reino yo no tengo afinidad alguna, pues ni practico la misma magia ni cursé estudio alguno que me llevara a ser tan maligna como ellas. Mi magia es blanca; sólo busca unificar los poderes de la naturaleza a favor de las personas, no para destruirlas.
-¿Cómo sabemos que eso que tú nos estás contando es la verdad? –interrumpió Cliko -. Tú misma podías haber secuestrado a los niños y tenerlos encerrados, junto con el espíritu creativo del Reino.
-¡Ja ja ja! –rió la bruja en sonora carcajada -. No discuto que pudiera tener a los niños, que no es el caso; pero en cuanto a dominar el espíritu creativo de Dibucuentos ni yo ni todo el Reino junto podríamos haberlo logrado, puesto que estaba muy arraigado en las personas. Eso sólo se consigue con el poder unido de un conciliábulo de brujas. Sólo así se puede dar al traste con todos los sueños de un gran Reino como este.
Y por un momento el silencio extendió su silueta por todo el salón del trono. Fue el lobo quien, finalmente, lo rompió:
-¿Sabes entonces qué hicieron las brujas con lo que nos robaron?
Eduarda los miró a todos un poco pensativa:
- Creo que tanto el espíritu creativo del Reino como los espíritus de los niños raptados puedan estar en los confines del Reino de Dibucuentos.
-¿En los con… confines…? –balbuceó el rey.
- Sí, Majestad, creo que están en las Tierras de Nadie.
-¡Vaya bruja lista! –exclamó el asesor del Reino -. Dices que están en las Tierras de Nadie porque… ¡allí no va nadie! ¿Cómo demonios van a estar en un lugar al que nadie puede entrar?
-Yo no he dicho que allí no se pueda entrar. Es complicado hacerlo, pero se puede; lo difícil es salir –y luego se dirigió a todos con un marcado misterio en su rostro -. Creo que están prisioneros en el Lago de los Cuatro Elementos.
- ¿Qué es ese lago extraño? –inquirió el rey.
- Bueno, sé algo por referencias no de primera mano. Debe ser un lago en el que se unen los cuatro elementos o sea, el fuego, el agua, la tierra y el aire. Es como si ese lago estuviera vivo, como si respirara y tan pronto es de un elemento como de otro. Creo que ese lago es casi infranqueable.
- ¿Y si es así, quieres decirme cómo lo hicieron las brujas? –intervino de nuevo el asesor en tono burlón -. Crees que fueron allí un domingo, con la merienda, y después de pasar el día en plan campestre sacaron a los chicos y dijeron: “¡Ábrete, lago, que vamos a echar esto ahí dentro!”. ¡Vamos, no me fastidies!
Eduarda miró al rey Orondo III con ojos implorantes:
-Majestad, ¿es necesario que este asesor Cloki, Cluko, o lo que sea esté entre nosotros?
- Es que es mí mejor asesor…
- Majestad, os lo ruego.
- Vale, vale: Anda, Cliko, vete a dar de comer a los cocodrilos del foso.
- Pe… pero… ¡Majestad! –balbuceó el asesor del Reino -. Si yo siempre estoy con su Majestad, ¿cómo es posible que ahora me eche de aquí sin más?
- Porque sí, ¡que eres un pesado! Y vete ya, que no quiero seguir discutiendo –sentenció el rey.
- ¡Grandísima Majestad, no me eche de su lado! –gruñó Cliko, un tanto afectado por la decisión real. Y luego se puso de rodillas -. Beso a su Majestad los pies.
El rey dio un respingo:
- ¡Pero qué… beso ni qué morcillas, gorrino! ¡Fuera ahora mismo! O llamo a la guardia para que seas tu quien sirva de comida a los cocodrilos.
Y el asesor del Reino, viendo que el rey se había enojado bastante con él, salió corriendo como un rayo.
-Bien… Entonces, según lo que nos has referido de ese lugar… ¿nadie está preparado para ir y volver, resolviendo este misterioso enigma? –preguntó el monarca.
- Majestad, yo estaría dispuesta a ir, si vos queréis. Es decir, en cierta medida me siento culpable de lo que han hecho las otras brujas y me da asco tener el mismo título que ellas.
El rey levantó la mano, captando la atención de la bruja y del lobo Gruz:
- Eso puede cambiar: Desde hoy mismo serás “bruja superior” –y se quedó un tanto pensativo -. ¡Caray!, ¡nunca había otorgado un título de esas características!
- Creo que queda bien para ella –terció el lobo Gruz.
- Pero deberíamos cambiarte de nombre. El que tienes ahora no me gusta mucho.
-Ya, Majestad… ¡Lo he tenido siempre!
- ¿Qué tal Edua? –preguntó el rey.
- ¡Pssss! –el lobo.
-¡Puffff! –la bruja.
- Sí. Ya veo, no gusta mucho, ¿verdad? Y… ¿Eduar…?
- ¡Hombre…!
- Prefería casi el anterior.
- Yo creo que le venía bien el nombre de Edia –terció la voz del asesor del Reino, asomando tras una de las puertas laterales.
- Pero…, ¿otra vez tú? –se molestó el rey -. ¿Cómo he de decirte que te vayas de paseo un rato?
-¡Un momento, Majestad! –habló la bruja -. Esta vez el asesor no ha dicho ninguna tontería; el nombre me gusta.
Entonces el rey levantó ambas manos y dijo:
- Yo, Orondo III, rey de Dibucuentos, te rebautizo como “Edia, supremum brujus ”. Y mañana, en cuanto amanezca, mandaré al sastre real para que te haga un nuevo traje, ese que tienes está ya muy ajado.
- ¿Gracias, Majestad! –expresó la bruja, muy animada.
- De nada. Y será amarillo.
- ¿Amarillo…? –preguntaron ambos a la vez.
- Sí. Amarillo. Y con capirote azul. Ya lo decía mi abuelo, Orondo I: un buen vestido hace al fraile más… más… Bueno, no recuerdo cómo decía mi abuelo, pero tenía razón. Así que no se hable más. ¿Cuándo partirás hacia las Tierras de Nadie?
A la brujita le había pillado desprevenida la impetuosidad del rey:
- Bueno.. pues… no sé…
- ¿Tal vez mañana?
- Sí. Mañana está bien… Pero antes quisiera pedir que el lobo Gruz me acompañara. Es decir, si él quiere, claro.
-Contigo iré, no hay ningún problema. Veremos a qué nos enfrentamos en aquellos lugares.
- Bien, Majestad, llegado a este punto creo que deberíamos retirarnos a descansar, mañana será un día largo y muy duro –aseguró Edia.
- Eso, vayamos a dormir –sentenció el rey -. ¡Sal de tu escondrijo, Cliko y vamos a descansar o al final te va a dar un lumbago de estar ahí agachado, espiándonos!
Y así el rey y todos los allí reunidos se fueron a descansar durante unas horas. El día siguiente prometía ser largo, duro y misterioso…
Continuará…
Autor: J. Francisco Mielgo
05/04/2009
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Glosario:
1. f. Proximidad o semejanza de una cosa con otra. ^
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1. fig. Al mundo de los sueños. Estar dormido. ^
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1. adj. Que infundía miedo o asustaba. ^
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1. adj. Que es buena persona. ^
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1. m. Capucho, gorro, sombrero. ^
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1. m. Reunión oculta y no autorizada.
2. fig. Reunión o junta para tratar de algo que se quiere mantener oculto. ^
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1. m. Término o raya que señala los límites de las poblaciones, provincias o territorios.
2. Último término a que alcanza la vista. ^
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1. prnl. En ciertos deportes, apartarse un jugador para burlar al contrario que le marca.
2. fig. y fam. Alejarse, apartarse. ^
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Edia, supremum brujus: (bruja suprema*, Edia)
1. * adj. Persona o cosa superior a las demás. ^
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1. tr. Untar, manchar, pintarrajear. ^
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1. tr. Hacer gruesa o más corpulenta una cosa.
2. fig. Aumentar o hacer más numerosa una cosa.
3. intr. Coger una persona más kilos y hacerse muy corpulenta. ^
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1.m. Dicho o cosa que no se alcanza a comprender y que dificilmente puede interpretarse. ^
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1. f. Raíz o tronco de una familia o linaje. ^
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1. f. Violencia, precipitación en hacer o decir las cosas. ^
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1. m. Sucede cuando se ve en algo una conexión con otra cosa.
2. ejem: (Hay "indicios" de que va a llover, cuando el cielo está nublado). ^
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1. adj. Imposible de franquear. Que no se puede traspasar, o es muy difícil de acceder al lugar que se pretende. ^
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1. m. Dolor fuerte en la espalda. ^
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1. intr. Morir, acabar la vida. ^
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1. f. Cualquier líquido que se bebe.
2. Preparado extraño o medicinal que se bebe. ^
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1. f. Conocimiento medicinal sobre los vegetales.
2. fig. Cualquier bebida medicinal.
3. fig. Cualquier líquido desagradable de beber. ^
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1. tr. Alcanzar o conseguir lo que se desea.
2. ant. Recoger, recaudar. ^
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1. fig. y fam. En un instante. ^
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1. tr. Propenso a tener sospechas o desconfianza. ^
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1. f. Acción y efecto de ubicar o ubicarse.
2. Lugar donde está colocada una cosa. ^
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