Diario filosófico de dos viejos trotamundos
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-migo mío, te diré que somos los creadores de los buenos momentos. Lamentablemente son tan buenos como escasos, y poquísimos para disfrutar.
-Mira, dibujemos una espiral al viento para que maree a la gente cada vez que suben a lomos de la vanidad y miran al cielo.
-Yo creo que somos como dos gotas de agua que caen de la fuente de los sedientos…
-…Y dos bocas que temen beber el agua de los lamentos.
-Estaremos preparados para encajar los duros reveses con los que esta vida nos sacude a diario.
-Somos como dos portátiles pulgas: nos llevan y nos traen a capricho del bicho que nos alberga.
-A veces disfrutamos del frío, y de él nos reímos como tontos que somos y ateridos que estamos.
-Claro que sí. No sabemos cómo o por qué pasan estas cosas. Simplemente sabemos que estamos en el meollo de la cuestión.
-Con nuestros pies desnudos seguiremos el camino e iremos pisando piedras hasta llegar a nuestro destino.
-Sí. Y creemos que estamos a la deriva en un mar de incredulidades.
-Y cuando nos acecha una sensación oscura nos ponemos al acecho y pensamos: “¡aún no ha llegado la noche!…”, serán cosas del miedo interno.
-El mundo es “el mundo” y siempre nos arrimaremos a él aunque intentemos evitarlo.
-Y miraremos hacia atrás, a todo nuestro pasado, que es como una vela encendida que poco a poco se va apagando en la distancia, en la negrura del firmamento.
-Somos como los frutos caídos del árbol que, una vez vareados, yacen en el suelo macados.
-Sí, porque a veces la gente nos mira y, también, a veces, los perros nos ladran. A veces los días son grises y a veces las noches amargan.
-Pero ya sabes que son penurias de la vida que nos tienen medio absortos y, aunque hay lugares de gran dicha, estos nos esperan medio ocultos para que sea muy difícil encontrarlos.
-Lo mejor es que somos dos buenos amigos y nunca nos han separado. Esperemos venir siempre así y no marchar cada uno por su lado.
-Hay razones en el fuego que siempre se van quemando y sus cenizas ya no dicen nada, no las hacemos caso. Todo lo que ardió se puede esparcir al viento; pero la verdad queda grabada en las piedras para que alguien la lea y pueda deducir que la razón es poderosa y perdurable.
-Ya sabes cuántas veces hemos oído hablar a los viejos álamos del camino. También nos han llamado los pájaros de sus nidos y nos han contado secretos. La hierba de nuestros lechos nos seduce por la noche y, en nuestro entorno, ronronean, como un cariñoso gatito, todos los animalillos del bosque. En nuestros sueños, la luna se esconde y nos cuenta cuentos como a niños, cuentos que trae el viento, cuentos que sólo son para viejos.
-Y eso que siempre sugerimos ir de frente para no ir trastabillando, pues, a veces, uno tiende a marcharse para un lado.
-Y tal vez nos convirtamos en flor, siempre dispuestos a agradar.
-Sonríe otra vez, amigo lector, que es agradable y bueno. Nosotros ya no podemos parar desde que comenzamos a hacerlo.
-Mira, hemos venido desde lejos, siempre por una orilla; pero marchamos llenando el camino porque estamos henchidos de orgullo y eso nos hace ocuparlo todo.
-Pero también hemos llorado el agua necesaria para apagar el fuego que siempre ha ardido en el interior de tantas pasiones encendidas que dicen que en el mundo ha habido.
-Teníamos grandes corazones en el pecho escondidos, teníamos deseos nobles que ya ha decaído, pues la decepción está presente en nosotros y va marchitando noblezas y va volviéndonos toscos, duros como piedras.
-Y a veces hemos escondido la mano después de pegar el tortazo de la razón, por si acaso no la teníamos.
-Y por siempre estaríamos aquí esperando la llegada de todo lo venidero. Si acaso alguien lo dudase, que él venga el primero.
-Vamos recogiendo piedras para realizar las obras que antes hemos soñado; esperemos que no nos den las pedradas de aquellas mal acabadas.
-¡Qué bien saltábamos cuando éramos jóvenes!, viejo amigo. Y ahora también, en nuestros sueños más gráciles, dulces y livianos.
-A veces, entre nuestros ronquidos nocturnos, también se oye el silencio, que ya nos acompaña desde mucho tiempo atrás, cuando, por vez primera, dejamos que se acercara a nosotros.
-Hay días que llega la lluvia y nos calma la sed, nos limpia, nos refresca y luego nos cambia de sitio, arrastrándonos calle abajo para otro lugar, llevándose pasiones, odios, sueños, esperanzas… ¡lo bueno y lo malo de nosotros mismos!
-Vislumbramos los visos de una nueva ilusión en lontananza. ¡Preparémonos! Aunque sólo nos salpique será suficiente para seguir vivos un poco más, para seguir esperando con los ánimos de nuevo floreciendo, como recién pintados en el vaho del cristal de la ventana de nuestra visión diaria.
-Nosotros también giramos en órbitas como la tierra y los planetas alrededor de un gran pensamiento que no somos capaces de discernir con claridad, pues las estrellas deslumbran y ciegan la vista, y los pensamientos ocultos, aunque se aborden con la mirada de muchos ojos, no sólo enceguecen sino que nos atrapan, nos encierran en la incógnita de su misterio.
-Después de haber caminado mucho se nos olvidó el principio, que es cuando hay que tomar la decisión del camino a seguir.
-Y esa máxima que has expuesto es como un amuleto: todos deberíamos llevarla colgando del cuello como recordatorio, pues nos despistamos muy fácilmente.
-Claro, porque tú dime, ¿en qué lugar quedarán grabados nuestros sentimientos, nuestras intenciones para que el mundo sepa si hemos sido buenos o malos, si hemos donado o tan sólo hemos quitado?
-Otrora fuimos grandes pensadores, hoy ya nos es difícil razonar sin la brillante lucidez de la ilusión; casi era mejor no luchar y que todo lo hagan los demás, así nosotros tendríamos el trabajo resuelto. Casi era mejor que nos tacharan de holgazanes que de eminentes pedantes. Además, la holganza no es mala, nunca hizo daño a nadie ni produjo callos en las manos o sudor en la frente. Lo único malo de ella es la sensación de inutilidad que produce.
-A veces tropezamos el uno tras el otro, como si no viéramos el primer aviso. Siempre escarbando entre los trapos sucios, durmiendo en suelos de piedra, lavándonos con el agua sobrante de los tejados y comiendo frugales cenas.
-Pero ya sabes que volvimos después de mucho tiempo, cuando nuestros relojes habían dejado ya de funcionar. Nos habían olvidado del todo. Fuimos extraños en nuestro propio mundo hasta que alguien dijo reconocernos y entonces la gente comenzó a hablarnos y a recibirnos como a sus más cercanos amigos. Ahora estamos tan integrados en este mundo que parece como si nunca hubiéramos salido de él. Después de la hipócrita indiferencia vino la aceptación… convertida casi en adulación. Y así estamos ahora, aceptados y, simplemente, deambulando desapercibidos, un poquito invisibles.
-Sí. Y con ello diréis que somos pobres, que vivimos de la compasión ajena; y no hay nada de cierto en ello, pues de la noche somos sus hijos, y dos luces más entre sus majestades, las estrellas.
-Pero ya estamos cansados, viejo amigo. Dejaremos tanto de hablar y nos colocaremos a pensar serenamente, echándonos a dormir para pronto despertar… Mañana, tal vez al despuntar el nuevo día partamos de nuevo a otro lugar y, cuando alguien nos escuche, le diremos lo que sabemos, lo poco o mucho que de esta vida aprendimos; pero que luego no le duela al vernos marchar, tras despedirnos de ellos y volvernos a ocultar.
J. Francisco Mielgo
08/02/2002
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