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l agua caía en los campos y acariciaba la desnudez de una tierra paciente y anhelante. De vez en cuando el viento ululaba o siseaba en los riscos, y los tamarindos se estremecían y danzaban un antiguo baile del viento.
Ahora vuelve a llover y me sumerjo en la melancolía, viendo el mundo, tras un cristal empapado de huidizas gotas que caen, resbalan y se van. Todo subyace bajo una atmósfera de hechizo, tras una cortina de ensueño.
Una vez vi al duende de la lluvia que bajó del arco iris y bailó en las praderas encharcadas y vertió los polvos de la fertilidad, que de un saquito extrajo, en aquellos benditos campos, y todo floreció, con la lluvia, con el duende…
Ahora huele a tierra húmeda, a jara y a madreselva y todo se transforma en una metáfora ancestral y cristalina en nuestra conciencia. Fuiste, duende hechicero, adorado por prodigar la lluvia allá, en ese lugar ignoto donde vives. Aquí oteamos el cielo y olemos el viento que viene allende de los bosques, cargado de embrujo y del suave frescor de la lluvia clara, de nuestra lluvia azul.
J. Francisco Mielgo
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