Ángel siempre; demonio en ocasiones
menudo recuerdo cuando vivía fuera, a la luz del sol. Recuerdo cuando el aire arrullaba sobre mi rostro con su perfume de lejanos lugares, azul como el cielo, rojo como un atardecer. Me gustaba ir bajo la lluvia y caminar lejos hasta que caía la noche y las estrellas venían al cielo y luego guiaban mi camino como en la antigüedad lo habían hecho con los viejos y avezados marineros en alta mar.
Seguir los pasos de alguien y esconderse de su mirada es lo más divertido del mundo. Eso hice yo incontables veces y me encantaba pasar así el tiempo: protegiendo de encontronazos malévolos a cualquiera que se hubiera extraviado o tan sólo desviado del camino seguro. Me gustaba salvaguardar a la gente, ser invisible y guiar a los perdidos dentro del instinto de una corazonada o de un presentimiento en el último instante. ¿Qué camino se debe coger si uno de ellos puede conducir incluso a la muerte y otro camino, simplemente, nos llevará a seguir deambulando por la vida de un lado a otro? Yo solía intervenir en esas decisiones que no sabes ni por qué la tomas, y que crees que no tienen trascendencia porque todo ha salido bien y llegas a tu casa sano y salvo. Y lo bueno era que las personas ni se enteraban; ¡esa era una buena ayuda!, proporcionada anónimamente, de manera que todo parecía lo más natural del mundo.
Pero eso ya pasó. Ahora sé que vivir en el profundo sótano de un caserón a las afueras de… ninguna parte, es algo asustadizo, casi espeluznante. ¿Quién me condenó a la lobreguez de este oscuro lugar? Tal vez fui yo mismo que, cansado de arrastrarme, de ser espía y de la invisibilidad que mi vida soportaba, decidí cortar por lo sano y abstraerme de ofrecer más mi ayuda, de ser ese empujón etéreo que conlleva a una realización que, de no ser por ello, desembocaría en otra mucho más trágica, o por lo menos distinta. Y total para qué… si el mérito sólo se lo atribuyen a ellos mismos: “Tuve un presentimiento y…” “Fue mi gran intuición la que me salvó…” “Una corazonada tuvo la culpa de que esté vivo”, etc. Pero, yo digo: y si nosotros, los Ángeles Guardianes, no estuviéramos allí para abrir la puerta cerrada de ese presentimiento, rescatáramos la intuición de su proceloso océano sumergida o no alimentáramos el fuego de esa luminosa corazonada, ¿qué pasaría?... simplemente nada. Si alguien tropieza fijo que iría al suelo. Con nuestra ayuda simplemente sería un tropezón o si conlleva caída es porque a la postre de algo venidero se libraría.
Es oscura y húmeda esta cavidad. Sin embargo, prefiero esta tétrica soledad que vivir sólo para ofrecer ayuda sin que nadie te lo pague con una sonrisa o un simple “Mi Ángel de la Guarda…” No pido una dedicación plena, pero tampoco un eterno olvido. Así que tengo todo el derecho del mundo a estar enfadado y quien no me entienda que se dé por ofendido, me da igual. A partir de ahora iré sólo donde me plazca y no ofreceré ayuda a ningún necesitado. Creo que puedo aprender a ser malo… Y veré llorar a la gente y también las veré caer en ese empedrado camino de sus vidas, presenciaré aún más calamidades de las que hubiera habido estando yo activo. Y aún así, nadie me echará de menos, nadie gritará mi nombre ni para bien ni para mal y, por supuesto, nadie me dará las gracias por haberles preservado su pasado.
A veces pienso que debería ser menos orgulloso y volver a las andadas. Es obvio que de no ser ángel estoy siendo demonio. Ya llevo un tiempo siendo lo segundo. Es duro pensar en esto, pero el ser humano a veces colma al más paciente y lo mandas todo a la porra e intentas pasar inadvertido, esconderte, olvidar todo… Sin embargo, es difícil.
Por vez primera en mucho tiempo he abandonado la cueva que me servía de escondrijo. ¡Qué a gusto respirar el aire fresco y perfumado de la tarde! Creo que es una tontería esconderse permanentemente del talante humano; son como son y no vale darle vueltas. Sé, sin embargo, que muchos de mis protegidos habrán pagado caro mi abandono y en vez de su ángel guardián he sido más su demonio, relegándolos a toda suerte de avatares en sus vidas.
Creo que voy a volver. Iré con ellos de nuevo aunque no se lo merezcan. Me pegaré como la sombra que se proyecta del cuerpo, como el sudor que resbala por su piel caliente, entraré en sus mentes como esa conciencia que su cometido no es otro que el presagio que les conduzca a la salvaguarda de sus vidas. Esperemos que no sea tarde para muchos y pueda regresar a su lado; pero la vida es así y también nosotros cometemos errores y nos sentimos dolidos por el desprecio, caemos en un pozo de orgullo y nos convertimos en aquello que no queremos y tanto odiamos: poco a poco, nos vamos volviendo humanos.
J. Francisco Mielgo
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