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Alegoría nívea 

 

 

   laa nube blanca, algodonada, la nube de lechosas protuberancias que volaba en el cielo rosado de la tarde, que procedía de remotos lugares, y aún más allá, del éter cósmico. Ella fue, sin duda, la gran dama errabunda de su mar azul y etéreo. Cierto día se perdió, y desde entonces se toma las cosas muy detenidamente, así piensa y cavila, lucha y olvida.  Quizás no termine de encontrar sus orígenes que la devuelvan el sosiego, porque sufre y llora: sus lágrimas nos limpian y refrescan, nos reconfortan y nos induce a la reflexión.  ¡Cuánta abundancia!  Algún día podré hablar con ella y decirle que no es un sueño, que no está formada de esencia caduca ni de ningún residuo insustancial.  Algún día… volverá a llenar los espacios con su pensamiento longevo, y sus caricias blancas serán un bálsamo para el azul embriagador del cielo, que, por ser tan azul, rompe y se resquebraja.  Una noche vi su silueta ocultar un racimo de estrellas distantes que se apagaron como mustios crisantemos para volver luego a refulgir, embebidas de luz de nube, al poco después.  Yo quiero también brillar, ser diáfano, quedar transido de frescor y algún día volver a ser azul como ese cielo lapislázuli que contempla, impertérrito, nuestros devaneos.  Si soy oscuro ¡qué le voy a hacer yo!  Algún día soltaré esa lágrima blanca que de la nube enfrasqué y luego la sembraré en algún lugar de tierra oscura, pero fértil; sin duda nacerá un retoño nuboso, blanco como el nácar, claro está, con caprichosas formas de filigrana.  ¡Quizás alguien me robó la lucidez!, ya que parezco como si divagara a los ojos de la gente; pero… ¡sé que puedo hacerlo y lo haré!  Voy a embarcarme en el viaje más incierto, pero a la vez más ambicioso de mi vida y noto sobreexcitación en mi cuerpo, goloso de aventura.  Nadie lo ha conseguido, quizás yo tampoco lo logre.  Pero poco he de poder si no transfiero mi espíritu ocioso en algo sublime y prolífico, creativo y magno, y vuelo o me proyecto, o me prolongo o como quiera llamarse, a ese ser blanco y húmedo que ondea el aire tibio de los tiempos.  Y aunque parezca una locura tal vez alcance el viento de las estrellas subido en el algodonoso espíritu de mi nube errante y me derrita en los colores arrebolados de un atardecer cualquiera ante los embelesados ojillos de la gente al mirarme.

 

 

 

 

J. Francisco Mielgo

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