Un cuento con vocabulario explicado
Retratos
🎹
1. JUAN CAMILO
ecuerdo perfectamente el día que conocí a Juan Camilo. Lo recuerdo no solo por su infinita ternura o por sus inseparables gafas que entonces eran azules, sino por ser el único niño del grupo que llegó con una guitarra, una simpática guitarra pintada de verde. Juan Camilo era tan pequeñito que escasamente sobrepasaba las rodillas de su mamá.
En clase, se mantenía pendiente de cada gesto de la profesora. Si ella colocaba la guitarra a la derecha, él hacía lo mismo, si la mantenía al frente, pues él también y cuando llegaba el momento de tocar para acompañar las canciones, Juan Camilo la imitaba y su rostro resplandecía de dicha.
Todo transcurría en un espacioso salón donde los niños, cantaban, tocaban instrumentos de percusión, bailaban, pintaban y repetían complicadas frases en una especie de idioma desconocido por mí: Funga alafia, aché, aché, Akuni, kuni kawua akuni. Se aprendían aquella extraña retahíla como si entendieran perfectamente lo que estaban diciendo.
Juan Camilo era callado y tranquilo, pero muy observador. Cuando llegaba el momento del cuento, no había un niño más atento que él. Vivía las historias como si fueran reales y se sentía el protagonista excepcional de cada una. Lo mismo sucedía a la hora de pintar, recreaba la realidad de una forma tan peculiar que era imposible no mirarlo y llenarse de interrogantes. Su sensibilidad siempre fue arrolladora, su forma de expresarla era única.
Siempre tuve mucha curiosidad por saber que instrumento elegiría cuando llegara el momento de la gran decisión, por eso, el día que se matriculó en viola me sentí feliz. Todavía era muy pequeño, aún no tenía 6 años, de modo que había que esperar para recoger frutos. Lo que me quedó claro fue que, al menos por un tiempo, la guitarra debía esperar para volver a ser la protagonista de su vida.
La tarea de aprender a tocar el nuevo instrumento no fue nada fácil, pero no se dejó asustar sino que poco a poco se hizo más fuerte y capaz. El gran reto era no bajar la viola, no permitir que el codo se apoyara en el cuerpo y mantenerse atento por largos períodos que le parecían interminables. Juan Camilo insistía con terquedad y volvía a intentarlo cuantas veces fuera necesario.
En la clase, solo había tiempo para tocar y junto a sus compañeros, debía esforzarse para hacer todo como si fuera un niño grande. Ya no era como antes, cuando además de cantar y hacer palmas llevando el ritmo, quedaba tiempo para pintar, bailar y escuchar historias fantásticas, sentado sobre las coloridas colchonetas del salón.
Trabajó sin descanso y convirtió su instrumento en un amigo con quien compartir las alegrías y las pequeñas frustraciones del día a día. Se destacó a pesar de ser el más pequeño del curso y como por arte de magia, quedó atrás el chico callado que conocí.
Una semana antes de su primer concierto, fue Juan Camilo quien se inventó una ingeniosa manera de entrar al escenario con el resto de los violistas, Fue él quien les explicó a todos como debían caminar para verse elegantes.
Como era el más pequeño, encabezó la fila. Ese día, con la viola en posición de descanso, caminó con seguridad seguido de sus tres compañeros. Hicieron la venia que habían ensayado tantas veces para que nadie se retrasara o adelantara. Luego, con una solemnidad indescriptible comenzaron a tocar.
Juan Camilo ya es un violista de 7 años; opina libremente de cualquier tema, critica lo que no le gusta y pondera lo que le parece genial, es miembro de la orquesta y tengo la certeza que detrás de su naturaleza apacible, hay un líder que madura lentamente tal como lo hacen las pequeñas orugas antes de convertirse en mariposas.
Estemos atentos, esperemos un poco más; los tesoros brillan en su escondite mucho antes de ser descubiertos. Juan Camilo lo sabe y busca en su interior.
II. ANDRÉS
El concierto estaba por comenzar, los niños desfilaban por el escenario para ocupar sus puestos. Cuando todos estuvieron listos, el concertino comenzó a afinar la orquesta.
Andrés, sentado a mi lado en primera fila, miraba con insistencia para no perderse ningún detalle. De pronto, su rostro se iluminó y me preguntó en voz baja.
-Profe, ¿cómo se llama ese instrumento?
-¿Cuál?
-Ese, el que parece un violín, pero grande.
-Ese es el contrabajo.
Después de un breve silencio, Andrés dijo con una convicción que jamás olvidaré.
-Quiero ser contrabajista, amo ese instrumento…
-Oye, pero si lo acabas de ver, imposible que te enamoraras de él así de repente…
-Es que me gusta, me encanta, es una nota, es lo máximo. El próximo semestre estudiaré contrabajo.
-Andrés, aún eres pequeño. Debes crecer y volverte fuerte antes de decidir algo así…
- Tú no entiendes, yo soy capaz…mira, mis manos son grandes. Quiero tocar contrabajo, es genial, me gusta demasiado.
No, claro que no podía entender. Él, apasionado y enérgico, pero frágil en sus 6 años, había caído rendido de amor a primera vista frente al instrumento más grande de la orquesta, eso no era común.
La mayoría de los niños quieren ser violinistas, guitarristas o pianistas pero Andrés no, él quería ser contrabajista. De nada valió que le explicara que el contrabajo es inmenso, que sus cuerdas gruesas y duras sacan ampollas que duelen muchísimo. Todo fue en vano porque cuando Andrés decide algo, es imposible hacerlo dar marcha atrás.
Como pude, lo convencí de estudiar cello al menos un semestre mientras le conseguíamos el contrabajo adecuado, uno pequeño como él, un minúsculo contrabajo de un octavo. No le gustó mucho la idea, pero no tuvo más remedio que aceptar.
Seis meses después, cuando llegó el instrumento empacado en una caja de cartón, Andrés tuvo el honor de sacarlo a la luz. Estaba frenético de la dicha, le parecía mentiras que por fin tenía lo que había soñado; un contrabajo de verdad que parecía estar fabricado a su medida, un contrabajo que solo tocaría él.
El tiempo pasó veloz. Andrés se esmeró tanto que pronto pasó a la orquesta. Allí no hay un contrabajista más pequeño que él; parece que estuviera tocando un cello, pero de pie. Por ahora toca pizzicato, pero pronto podrá tocar con el arco, esa es su próxima meta.
A veces se desespera cuando las cosas no le salen como su profesor desea, entonces se queja.
-Tranquilo, Andrés, tienes que ser paciente y perseverar, tómalo con calma o no lo lograrás nunca-le digo.
-Tú no entiendes… ¿no ves que me gusta mucho y tengo afán?
Yo te entiendo Andrés, claro que te entiendo. Como me gusta que tengas afán, que te sientas enamorado de tu contrabajo, que la música sea tan importante para ti.
Andrés y su pequeño compañero de madera son inseparables, los une un amor que nació el día en que asistió por primera vez a un concierto y un chico mucho mayor que él, salió con su contrabajo abriéndose paso entre violinistas, clarinetistas y flautistas.
Ese día supo que había encontrado el amor de su vida. Fue una revelación, algo parecido al paso de una estrella fugaz que se deja ver en el cielo, solo el tiempo justo para que pidamos un deseo. Andrés pidió el suyo y sospecho que se le cumplirá.
III. INÉS
Inés era pequeñita cuando comenzó a estudiar música en una institución muy seria. Bueno, tal vez parezca pretencioso decir que una niña de 3 años estudia música, pero eso era lo que hacía Inés, estudiar música con todas las de la ley.
Cada semana dedicaba una hora de su vida a cantar, a marcar el pulso en una tambora que era casi de su tamaño, a leer cuentos, a pintar su mundo fantástico, no con pinceles y lápices, sino con los dedos untados de pintura mientras escuchaba Mozart, Bach o Beethoven. Claro que no se untaba solo los dedos, sino toda la mano, la cara y hasta el cabello.
Por aquellos días, caminaba en la clase dando traspiés al ritmo de negras, blancas y corcheas mientras repetía en voz alta: Yo soy feliz, Yo soy grande, Yo soy música, Yo soy fuerte.
Más adelante la cosa se complicó, pero ella estaba lista para asumir el nuevo reto. Para entonces tenía 4 años y aprendió a acompañarse mientras cantaba, a tocar el xilófono con los golpeadores, a distinguir los sonidos agudos de los graves.
Cuando cumplió 5 años, ya era una experta en el arte de reconocer y diferenciar un Do de un Sol o un Mi…no, todavía no tenía idea de cómo se llamaban las notas, pero saltaba como una liebre entre los aros que estaban en el suelo y que representaban los cinco primeros sonidos de la escala de Do Mayor.
-Quiero estudiar flauta- me dijo un día con inusitada seguridad.
-¿Flauta dulce?-le pregunté
-No, esa ya la se tocar, quiero tocar la otra, la que es de metal.
Me quedé perpleja; Inés quería tocar flauta traversa pero solo tenía 6 años. Me la imaginé tratando de sostener el pesado instrumento con sus pequeños brazos y pensé que debía convencerla de esperar un poco; esperar siquiera un año para ser más fuerte, pero ella tenía claro que quería ser flautista y llegar pronto a la orquesta, eso no tenía discusión.
Cierto día la escuché contar con una graciosa convicción que la hacía parecer mayor, que llevaba toda la vida en “aquello de la música”, que casi ni se acordaba de la primera vez que había tenido en sus manos un instrumento. Pero eso sí, dejó muy claro, que sus favoritos eran los instrumentos de viento, especialmente, claro está, la flauta traversa.
Después de probar todos los métodos de persuasión, tuve que aceptar que había fracasado en mi intento de hacerla recapacitar y finalmente, Inés comenzó a estudiar su instrumento favorito.
Como era de esperar, todo resultó difícil para ella. Se cansaba, los brazos le pesaban después de tres compases, le dolía el labio, se quedaba sin aliento de tanto soplar, pero Inés no se quejaba, volvía a probar una y otra vez, segura de que al final sería capaz.
Cualquiera pudo haber pensado que no llegaría lejos, que se daría por vencida; pero como ella sabía lo que quería, siguió adelante y llegó más lejos de lo que nadie pudo imaginar. Al finalizar el primer semestre, tocó una pequeña obra acompañada por el piano y disfrutó de los aplausos del público.
Inés pronto cumplirá 8 años, es una niña alegre que ama vestirse de colores vibrantes, adorna su cabello con coronas, con flores, le encantan los collares y las pulseras, es tierna, educada y colaboradora con todos.
En Navidad me dijo.
-Mi sueño es tener una flauta propia para repasar las lecciones en la casa, solo así llegaré a la orquesta- luego agregó con aire misterioso- ¿Sabes?, presiento que si el niño Dios no me trae la flauta este año, mi papá me la va a comprar.
En enero, Inés llegó a clase como si caminara por las nubes; una gran sonrisa se dibujada en su rostro. En las manos, como si se tratara de algo muy frágil y valioso, llevaba un estuche negro que contenía el más preciado tesoro: su flauta nueva.
Todavía no le he preguntado si fue el niño Dios o su papá quien finalmente se decidió a hacerle semejante regalo.
IV. SARA
Sara se burla de mi peculiar manera de leer alejando los papeles y me dice con picardía.
-Pero si tienes gafas… ¿por qué no las usas?
Sara es una niña muy especial, cuida con esmero su cabello y todo lo que usa denota buen gusto y un alma armoniosa y sensible. Es la mejor amiga, la mejor hermana, la mejor estudiante, la mejor conversadora que he podido conocer. No importa si está con niños o adultos, ella siempre tiene algo que decir y su risa contagiosa es como un regalo del cielo.
Cuando la conocí, aunque hacía mucho tiempo que estudiaba música, aún no había decidido qué instrumento estudiar, pero llegado el momento, eligió el violín. Desde el principio se esmeró mucho y rápidamente llegó a la orquesta.
El primer día, el director le indicó que se sentara a su derecha, entre los segundos violines. Ese momento jamás lo olvidó, fue como si a partir de entonces comenzara su relación en serio con la música… no, no era que antes tuviera dudas de su amor por ella, sino que volverse miembro de la orquesta significaba un reto mayor, un honor que todos los niños esperaban con mucha emoción.
Debía tocar dos horas seguidas cada martes y viernes, estar pendiente de las indicaciones, sentarse correctamente, sostener el violín de la forma adecuada, leer las notas sin equivocarse, estudiar todos los días. Nunca pensó que fuera tan difícil.
Se cansaba, claro que se cansaba, entonces el violín le pesaba como si fuera de hierro y apoyaba el codo en el cuerpo para ayudarse. Ese era un grave error, lo sabía perfectamente porque su profesora siempre le decía, que aunque le doliera, debía mantener el instrumento en su lugar, solo así se acostumbraría y desaparecería el cansancio para dar paso al placer de tocar.
Sara ya tiene 11 años, es jefa de segundos violines, se ha convertido en una entregada y apasionada instrumentista. Mientras toca, su cuerpo se mueve libremente al ritmo de la música, sus ojos se fijan en la partitura y pareciera que no vieran nada más.
Cuando me dijo que quería estudiar oboe le dije que lo pensara bien, que era absurdo dejar el violín a esas alturas, que no se apresurara a tomar decisiones pues luego podía arrepentirse. Me miró extrañada, como si yo fuera una extraterrestre que le hablara en un lenguaje desconocido, luego dijo tranquilamente.
-Pero… ¿quien dice que dejaré el violín? Quiero los dos instrumentos, yo soy capaz con ambos. Seré violinista y oboísta; en unas obras tocaré violín, y en otras, oboe. Eso sería genial.
No supe que decir, su convicción me conmovió, me dejó pensando en la importancia de tener metas y luchar por ellas aunque a otros le parezcan inalcanzables.
Sí, no caben dudas de que Sara sabe lo que quiere en la vida. Nunca se queja porque tiene muchas tareas o porque el tiempo no le alcanza, ella simplemente vive feliz. Imagino el día en que deje el violín en la silla y se una a los vientos para tocar oboe en algún concierto. Ese será su sueño cumplido, su gran logro. Solo hay que darle tiempo y esperar, el resto llegará, así como llegan las cosas buenas de la vida.
V. GABRIELA
Gabriela es vivaz, inteligente y graciosa. Pareciera que todo el tiempo está pensando algo sorprendente y que por ello, sus ojos brillan de esa forma tan particular. Cuando menos lo piensan, sale con una de sus afirmaciones inesperadas y todos sueltan la carcajada o se quedan reflexionando, tratando de entender de donde proviene tanta sabiduría si solo tiene siete años.
Sueña con ser una “estudiosa de las piedras”; cuando le dije que eso era ser geóloga me dijo que no, que simplemente anhelaba estudiar todas las piedras del mundo, saber de donde vienen y conocer su historia. Bueno, no entendí mucho, pero me quedó claro que lo suyo es una mezcla de arqueología, geología y quien sabe de qué otra cosa.
Gabriela ama a John Lennon, tal vez sea porque su mamá lo ama también, pero lo cierto es que le gusta tanto su música y le causa tanta curiosidad ese señor de pelo largo y gafas redondas que se hizo comprar su biografía y se dedicó a leerla en vacaciones.
Gabriela baila y lanza besos al aire como Michael Jackson. En Hallowenn se disfrazó como él: zapatos de charol, pantalones ajustados, sombrero de paño negro, camisa brillante y un espectacular guante fabricado por su mamá que en vez de coserle diamantes, le cosió montones de lentejuelas que brillaban como diminutas estrellas; se veía fenomenal; solo le preocupaba que sus amigas que se habían disfrazado de princesas, ángeles y hadas, pensaran que era una niña extravagante.
Desde que era muy pequeña decidió estudiar música, comenzó cantando y tocando xilófono, sistro, metalófono, flauta dulce y tambora. Ahora que es más grande, se decidió por la viola; con ella fabrica melodías y es feliz. Pero como es una soñadora irremediable, también quiere tocar flauta traversa. No dudo que lo logre porque ella es así, una hacedora de sueños.
-Niños, cada uno a sus sillas, pongan las partituras en los atriles-
El ensayo de la orquesta está por comenzar. Tal pareciera que Gabriela y sus compañeros de música, crecieron y se volvieron adultos en un abrir y cerrar de ojos. Con naturalidad toman sus instrumentos, se sientan erguidos y fijan los ojos en el director, atentos a cada uno de sus movimientos, preparados para dejar salir la música de sus corazones, listos para volar a mundos lejanos a vivir las más increíbles aventuras.
Sí, no cabe dudas, Gabriela es vivaz, inteligente y graciosa, también es música y alegría. Gabriela es la niña que fui yo o fuiste tú. Gabriela es la vida recién estrenada que se abre a lo nuevo y deja su huella, para que otros caminen por ella y escriban su parte de la historia.
VII. PABLO Y CRISTÓBAL
Quien conoce a Pablo y Cristóbal por primera vez, no puede siquiera imaginar que acaba de conocer a dos esforzados perfumistas que pasan parte de su tiempo mezclando pétalos de rosas y curiosas hojas del jardín de su terraza para lograr las más exquisitas fragancias.
Yo no tenía idea de su afición por la química hasta que cierto día, Pablo me contó que él y su hermano Cristóbal hacían perfumes. Pero como si adivinara que los adultos siempre estamos llenos de preguntas innecesarias, me advirtió que la fórmula para lograr las esencias, no me la podía revelar pues ese era un secreto que solo ellos conocían y habían decidido cuidar celosamente. Así que no me arriesgué a preguntar más de la cuenta y dejé que él me contara lo que quisiera. Lo cierto es, que cuando lograron perfeccionar la técnica y de las sofisticadas mezclas resultaron los olores deseados, pusieron un letrero en la puerta de su casa que decía: “Excelentes perfumes de hojas… ¡Super oferta!”
Pero resulta que el deseo de mezclar ingredientes y experimentar con los resultados no paró ahí y los llevó un día al lugar más cálido de su hogar, a esa especie de laboratorio donde las mamás fabrican dulces fantasías: la cocina. De la aventura culinaria, resultaron nada más y nada menos que unas deliciosas mermeladas de frutas que embasaron y etiquetaron para luego regalarlas a los vecinos. Ellos mismos tocaron a las puertas y entregaron los valiosos presentes.
Debo aceptar que además de ser expertos en preguntas innecesarias, los adultos a veces somos muy ingenuos (yo no soy la excepción), así que cuando pensé que nada podría ser más novedoso que los perfumes y las mermeladas, cuando imaginé que las sorpresas habían terminado, me enteré de que Pablo construye aviones que según él: son los mejores del mundo.
Cuando le pregunté por qué decía que sus aviones eran los mejores del mundo, me contestó con sencillez que sus aviones tenían un mecanismo especial para elevarse por los aires como si fueran pájaros muy veloces y ligeros. Eso precisamente, es lo que los diferencia del resto, concluyó convencido.
Me contó lo de los aviones absolutamente emocionado y luego me regaló uno, que para mi asombro, volaba más alto y preciso que todos los aviones que hubiera visto en la vida. Cuando nos despedimos, me lo dobló cuidadosamente para que yo lo pudiera guardar dentro de un libro.
Cristóbal por su parte, también construye aviones pero su fuerte resultó ser la confección de cuadernos, unos cuadernillos muy útiles para tomar notas y que son un ejemplo de simetría, calidad y estética. Hojas perfectamente alineadas unidas por finas tiras de cinta. Los cuadernos de Cristóbal no tienen nada que envidiarle a la más elegante agenda, él lo sabe y los muestra orgulloso. Me prometió que haría uno especialmente para mí.
Los hermanos de esta historia son gemelos, pero por esos caprichos de la naturaleza, no se parecen, o al menos eso fue lo que pensé cuando recién los conocí y solo alcancé a ver lo obvio, lo que saltaba a simple vista. Pero ahora que ha pasado el tiempo y ya tienen un lugar en mi corazón, he descubierto mil detalles que los hacen muy parecidos. Su ternura por ejemplo, su inteligencia, el cariño que sienten por sus amigos, su deseo de saber, su destreza para relacionarse con los adultos, su fino sentido del humor, su colección de cactus, su gusto por el chocolate, su curiosidad por el continente africano, su pasión por la patria de su abuelo materno, Alemania, su capacidad para expresarse de forma impecable a pesar de tener apenas siete años, el amor que se tienen entre ellos y su pasión por la música que los convirtió, para mi suerte, en mis alumnos de piano.
Estudian piano no porque a sus papás les guste o porque alguien los obliga, sino porque en realidad lo aman. La clase con ellos está salpicada de historias y carcajadas y cada vez se parece más a una charla entre amigos, que a una clase formal. Ellos aprenden de mí y yo aprendo de ellos. Ellos se esfuerzan por tocar bien, yo me deleito con sus logros y sus ocurrencias. Yo les regalo de buena gana mis conocimientos, ellos me devuelven deliciosas bocanadas de aire puro para refrescar mi alma. Entre nosotros tres, el tiempo pasa veloz y en un abrir y cerrar de ojos, todo termina hasta la próxima semana.
Cada lunes les dejo escritas mis observaciones diciéndoles donde estuvieron los desaciertos y donde los aciertos que invariablemente llevan una carita feliz al lado de mi firma, como muestra fehaciente de que nuestro encuentro de ese día, fue todo un éxito.
Sí, definitivamente Pablo y Cristóbal se parecen mucho aunque en apariencia sean tan diferentes; yo, su profesora de piano, puedo dar fe de ello.
FIN
Autora: Gloria Bayolo
03/01/2011 www.dibucuentos.com
Glosario:
1. m. Trabajo excesivo, fatiga, penalidad.
2. Solicitud, empeño, pretensión, deseo, anhelo vehemente.
3. Prisa, diligencia, premura. ^
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1. f. Ciencia que estudia todo lo que se refiere a las artes y a los monumentos de la antigüedad. ^
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1. adj. Fuerte, dominante, destacable. ^
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1. adj. Perteneciente o relativo a la cocina.
2. f. Arte de guisar o cocinar. ^------------------
1. f. Felicidad, suerte, ventura. ^
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1. adj. Que hace fe, fidedigno*. (*adj. Digno de fe y crédito.) ^
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1. adj. Poseído de frenesí.
2. Furioso, rabioso. ^---------------------
1. f. Ciencia que trata de la forma exterior e interior del globo terrestre; de la naturaleza de las materias que lo componen y de su formación; de los cambios o alteraciones que las mismas han experimentado desde su origen. ^
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1. adj. No usado, desacostumbrado. ^
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1. adj. Mús. Dícese del sonido que se obtiene en los instrumentos de arco pellizcando las cuerdas con los dedos.
2. m. Mús. Trozo de música que se ejecuta en esta forma. ^---------------------
1. tr. Determinar el peso de una cosa.
2. fig. Examinar con cuidado algún asunto. ^
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pretencioso: ( pretencioso, sa)
1. adj. Presuntuoso, que pretende ser más de lo que es. ^
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1. f. Serie de muchas cosas que están, suceden o se mencionan por su orden. ^
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1. f. Proporción adecuada y equilibrada de las partes de un todo entre sí y con el todo mismo. ^
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1. f. Calidad de terco.
2. Porfía, disputa obstinada. Cabezonada. ^---------------------
1. Oblicua, inclinada al través o desviada de la horizontal. ^
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1. Perteneciente o relativo al triunfo: (éxito en cualquier empeño) ^
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1. Inclinación que se hace con la cabeza, saludando cortésmente a uno. ^
---------------------
1. Que tiene viveza.
2. Eficaz, vigoroso.
3. Agudo en la comprensión y el ingenio. ^
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