Los enanos mágicos
abía un zapatero que, a consecuencia de muchas desgracias, llegó a ser tan pobre que no le quedaba material más que para un solo par de zapatos. Lo cortó por la noche para hacerlo a la mañana siguiente: después, como era hombre de buena conciencia, se acostó tranquilamente, rezó y se durmió. Al levantarse al otro día fue a ponerse a trabajar, pero encontró encima de la mesa el par de zapatos hecho. Grande fue su sorpresa, pues ignoraba cómo había podido ocurrir esto. Tomó los zapatos, los miró por todas partes y estaban tan bien hechos, que no tenían falta ninguna: eran una verdadera obra maestra.
Había una vez una pobre criada que era muy limpia y trabajadora; barría la casa todos los días y sacaba la basura a la calle. Una mañana al ponerse a trabajar, encontró una carta en el suelo, y como no sabía leer colocó la escoba en un rincón y se la llevó a sus amos: era una invitación de los enanos mágicos que la convidaban a ser madrina de uno de sus hijos. Ignoraba qué hacer, pero al fin, después de muchas vacilaciones, aceptó, porque le dijeron que era peligroso negarse.
Vinieron a buscarla tres enanos y la condujeron a una cueva que habitaban en la montaña. Todo era allí sumamente pequeño, pero tan bonito y tan lindo, que era cosa digna de verse. La recién parida estaba en una cama de ébano incrustada de perlas, con cortinas bordadas de oro; la cuna del niño era de marfil y su baño de oro macizo. Después del bautizo quería la criada volver enseguida a su casa, pero los enanos la suplicaron que permaneciese tres días con ellos. Los pasó en festejos y diversiones, pues estos pequeños seres le hicieron una brillante acogida. Al cabo de los tres días quiso volverse decididamente: le llenaron los bolsillos de oro y la condujeron hasta la puerta de su subterráneo. Al llegar a casa de sus amos, quiso ponerse a trabajar porque encontró la escoba en el mismo sitio en que la había dejado. Pero halló en la casa personas extrañas que le preguntaron quién era y lo que quería. Entonces supo que no había permanecido tres días como creía, sino siete años enteros en casa de los enanos y que durante este tiempo habían muerto sus amos.
Un día quitaron los enanos a una mujer su hijo que estaba en la cuna, y pusieron en lugar suyo un pequeño monstruo que tenía una cabeza muy grande y unos ojos muy feos, y que quería comer y beber sin cesar. La pobre madre fue a aconsejarse con su vecina, quien le dijo que debía llevar el monstruo a la cocina, ponerlo junto al fogón, encender lumbre a su lado, hacer hervir agua en dos cáscaras de huevo y que esto haría reír al monstruo, y si se reía una vez se vería obligado a marcharse.
La mujer siguió el consejo de su vecina. En cuanto vio a la lumbre las cáscaras de huevo llenas de agua, exclamó el monstruo: Yo no he visto nunca aunque soy muy viejo, poner a hervir agua en cáscaras de huevo. Y partió dando risotadas. Enseguida vinieron una multitud de enanos que trajeron al verdadero niño, lo depositaron en la chimenea y se llevaron su monstruo consigo.
Wilhelm y Jacob Grimm
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